Vuela
mi mente con esta mariposa. Mariposa repentina, más bien
intermitente. Permanente su estela. Y el río hecho piedra en mis
entrañas que no puede fluir, preguntándome por qué. Por qué no
puedo ser yo mariposa y estar en ti con mi estela. Rutina.
Me
encierro-y me entierro- en la rutina, y enredo mi mente para mantener
los ojos atados, no sea que me distraigan las estelas y la piedra se
convierta en plomo. Y aunque evito el espejo, estos susurros a mi
diestra me devuelven un esperpéntico reflejo, que sabiendo que no es
real, me ata con más fuerza al suelo.
Y
luego vienen los hechos, ¿hay algo más real? Para mi yo crédulo
son verdad irrefutable, pero ¿y si Unamuno tenía razón y sólo es
real lo eterno? ¿Qué hay de eterno en mí? ¿Lo has visto tú? ¿Es
estela o podredumbre?
Contradicciones,
sí. Y certezas. La certeza de que dentro de mí hay río de piedra
que emana hiel que te salpicó, que te agujereó, que destruyó la
única posibilidad de ser para ti mariposa.
Y
un yo acepta la “realidad” y continúa abrazando la rutina, pero
otro silencioso como el brillo de una estrella me habla de un secreto
manantial que tal vez pudo ir humedeciendo tu alma, y me muestra
imágenes de primavera. Y entonces no sé si permitir que la mar
derrita esta piedra o mirar el reloj y fundirme con el asfalto.