Hace un año y medio, aproximadamente, me planteé cuál era el
grado de influencia de Internet en los problemas de comprensión lectora que
percibía que iban en aumento. Pero las conclusiones a las que llegué no
coinciden con mi perspectiva actual. La aceleración deliberada de la
tecnologización de la sociedad a nivel global en todos los aspectos de la vida ha
puesto de manifiesto la trampa que constituye el mundo digital, no solo en
cuanto a las dificultades de comprensión lectora o al declive del pensamiento
crítico.
Si analizamos cuál ha sido el objetivo principal de la dictadura
sanitaria, podemos afirmar claramente que se ha enfocado en la destrucción del
tejido social, aunque más bien tendríamos que decir que estamos presenciando su
culminación, ya que tal destrucción ha sido en realidad un proceso que viene de
lejos.
En la reflexión de hace año y medio ya expuse que una de las
consecuencias nefastas de Internet es que la información consumida por el
individuo se convierte en una cámara de eco, lo cual, explica Francisco Yus, impide
el aprendizaje, que solo puede darse en el encuentro con lo distinto.
<<Como apunta Vaidhyanathan (2011), el aprendizaje es por definición un encuentro con lo que no sabes, con lo que aún no has pensado, con lo que aún no habías concebido, y con lo que nunca entendías o preveías que fuera posible. Es un encuentro con lo distinto. El tipo de filtro que Google interpone entre el usuario y los resultados de la búsqueda aísla al usuario de este tipo de encuentro con lo desconocido>>.[1]
De hecho, gracias a “encuentros con lo distinto”, puedo
estar escribiendo estas líneas. Las conversaciones abiertas nos enriquecen,
además de contribuir al desarrollo del pensamiento lógico y de las habilidades lingüísticas.
En cambio, estas se ven claramente obstaculizadas por el lenguaje al que nos
lleva la tendencia tecnológica actual: mensajes breves, inmediatos, sin
matices... Desde luego, la concisión y la capacidad de síntesis forman parte de
las capacidades lingüísticas, pero el problema viene cuando ya no se es capaz
de expresarse mediante un lenguaje más complejo y profundo, y tampoco se es
capaz de entenderlo. Lo peor de todo esto es que la enorme dificultad, cada vez
más extendida en la población, a la hora de leer y/o expresarse no es un daño
colateral del uso de Internet, sino que forma parte de su propia naturaleza y,
además, de manera deliberada.[2]
Las redes sociales, por otra parte, nos incitan a fabricar
una imagen, así como a consumir imágenes de otras personas, que nada tiene que
ver con lo real. Esto obstaculiza el autoconocimiento y el conocimiento profundo
de los demás. Esto impide, a su vez, la reflexión pausada, la revisión de las
propias creencias (que son reforzadas una y otra vez a causa de la forma en que
están diseñados los algoritmos de las redes sociales, los buscadores y las
distintas plataformas) y actitudes, que, al no verlas, no podemos tampoco
mejorar. Al identificarnos con nuestra imagen virtual, nos despojamos de
nuestra esencia y adoptamos el pseudoyo[3]. Aquí
entra en juego lo que se ha dado en llamar la tiranía del like, lo que implica
el refuerzo de una falsa autoestima en detrimento de la autoestima real, a mi modo
de verlo. Recibimos valoración por lo que mostramos, mientras que tememos recibir
rechazo por lo que somos. Esta es una tendencia que ya se daba en el mundo real.
Ya antes de Internet vivíamos, en gran parte, en la sociedad de las
apariencias, pero esta tendencia ha aumentado vertiginosamente con la
digitalización. Hemos de entender que las sociedades, desde hace algunos siglos,
están diseñadas desde arriba y que la finalidad es tener el control absoluto.
Además, la élite financiera y tecnológica muestra
abiertamente sus planes para el futuro de la humanidad, si bien lo envuelven en
un halo de buenismo que se reduce a palabrería barata, cuya finalidad es
ocultar lo atroz de sus propuestas. Un ejemplo paradigmático es COVID-19: El
Gran Reinicio, de Klaws Schwab, director del FEM, y Thierry Malleret. En
este libro plantean un reinicio (“macro” y “micro”) en diferentes ámbitos:
económico, social, geopolítico, ambiental, tecnológico, industrial e incluso
individual. Este último constituye un atentado contra la esencia humana, al redefinir
desde afuera cómo tenemos que ser. Este gran reinicio, según los autores, se da
como resultado de unas circunstancias fortuitas o azarosas. Resulta deplorable
que nos quieran vender la idea de que a causa de que “alguien comió sopa de
murciélago” en un lugar recóndito, de repente todo nuestro mundo cambie y se
aceleren transformaciones que ya estaban en marcha y que ¡oh, sorpresa!
benefician a la misma élite financiera y tecnológica que propone este cambio
radical global y que ¡oh, sorpresa! tiene el control de la economía mundial, de
los aparatos mediáticos, etc., a
través de los distintos estados.
Considero innecesario decir que, obviamente, el cuento tanto
de la sopa de murciélago como de la fuga de un virus del laboratorio de Wuhan
es eso, un cuento, con sus distintas versiones, que solo sirve para distraer a
la población y mantenerla alejada de una investigación seria.
Pues bien, el libro de Schwab y Malleret nos muestra una
verdadera distopía en la que se normaliza la sustitución de lo presencial por
lo virtual, como si fuera algo beneficioso y fantástico para nosotros. Claro,
es que hay un mortal virus flotando por el aire que “ha venido para quedarse” y
debemos evitar el contacto con los demás, no siendo que nos dé por darnos
cuenta de la estafa del sistema capitalista y decidamos construir
horizontalmente una sociedad justa, libre y humana. A lo largo del libro se nos
insiste en que los cambios son permanentes. No se ha llamado a la situación
postcovid “nueva normalidad” porque sí. Lo que buscan es que normalicemos algo
que a nuestros antepasados les habría resultado atroz. Ya algunos psicólogos han
advertido de las terribles consecuencias de esta nueva normalidad, especialmente
en la infancia, criada en el sometimiento, el aislamiento, la culpabilidad y el
miedo a los otros.
Para los autores de COVID-19: El Gran Reinicio, es
totalmente normal que en las empresas no haya contacto entre los empleados, que
los dispositivos móviles nos escuchen y geolocalicen <<incluso cuando no
se lo pedimos>>, que tengamos contacto con nuestra familia por los grupos
de Whatsapp en lugar de presencialmente, pues es <<más seguro, más
barato y más ecológico>>. Estas palabras y parecidas forman parte de la verborrea
vendehúmos que utilizan constantemente. También les parece un adelanto
importantísimo la telemedicina:
<<Lo que hasta hace poco era impensable, de repente se hizo posible, y podemos tener la seguridad de que ni los pacientes que experimentaron lo fácil y conveniente que era la telemedicina ni los reguladores que la hicieron posible querrán que se produzca una marcha atrás. Las nuevas reglamentaciones permanecerán>>.
¿En serio nos quieren hacer creer que los pacientes están
encantados con la telemedicina y que no la cambiarían por el trato personal con
su médico?[4] Me
pregunto si el señor Schwab ha descendido del monte Olimpo para consultarles a
las personas de a pie cuál ha sido su grado de satisfacción con la desaparición
de la atención médica presencial.
Uno de los elementos clave utilizados por los estados, las instituciones y el poder mediático ha sido la emoción del miedo, que se ha tratado realmente de una psy-op[5]. Pero es que nos advierten claramente de que este es el nuevo panorama en el que quieren que vivamos:
<<El miedo que nos ha quedado (y que posiblemente permanecerá) a contagiarnos con un virus (el de la Covid-19 u otro) acelerará la inexorable marcha de la automatización>>.
Invito al lector a preguntarse en qué medida han influido
Internet y las redes sociales en la expansión del miedo, pero no solo en esto,
sino también en la censura, ridiculización y persecución de todas aquellas
pruebas (lógicas y empíricas) que desmontan el ya de por sí contradictorio
discurso oficial; en la creación deliberada de bulos; en el fenómeno de la disidencia
controlada, que tiene el objetivo de culpar a un chivo expiatorio de lo que
está ocurriendo para ocultar la verdadera causa, que es el capitalismo, y
seguramente también de crear una base social para futuros proyectos políticos; en
la estigmatización del que piensa diferente y del que se niega a participar de
esta “nueva normalidad”.
Y también puede reflexionar el lector sobre la diferente respuesta
que se dio a la falsa pandemia de 2009 y la que se ha dado a la actual, que, como
nos han advertido, se queda ya para siempre.
Internet no nos ha ayudado a contrarrestar la propaganda, a
unirnos, a resistir los ataques, sino todo lo contrario. Nos ha mantenido
anclados al sofá, absorbiendo información, dominada esta por la disidencia
controlada, de un sesgo ideológico procapitalista, estatólatra, defensor de la
represión policial y militar, de la religión patriótica, etc. Quizás en algunos
casos nos ha separado aún más de nuestros vecinos, generando odio y conflictos,
pues, si os dais cuenta, quienes insultan por la calle a los que no cumplimos
las medidas son una minoría, pero hay un número de personas que no ha cambiado
su trato hacia nosotros aunque hayan sido abducidos por la televisión. Nosotros
debemos dar ejemplo de cordialidad, de conservación de la esencia humana... No
estoy diciendo que tengamos que ser íntimos de nuestros vecinos, pero sí
mantener el trato cordial y, si nos insultan o recriminan, defendernos desde el
respeto y la lógica y no desde la agresión verbal.
Yo no tengo todas las respuestas sobre el proceso que nos ha
llevado hasta la situación actual y en qué medida Internet ha contribuido a
ello. Lo que sí vemos claramente, dicho por ellos mismos, es que quieren
digitalizarnos en todos los aspectos, incluidas las relaciones sociales. Por
eso ya no comparto la misma conclusión de hace año y medio. No, la experiencia
nos ha demostrado que la naturaleza de Internet no depende del uso que le
demos, sino que el hecho mismo de utilizarlo nos lleva a cumplir los planes de
la élite que se enriquece a nuestra costa, a costa de nuestras cualidades humanas,
a costa de nuestra vida real.
[1]
Francisco Yus: “Géneros analógicos, géneros digitales”.
[2]
Para comprenderlo mejor, recomiendo los últimos artículos de este blog https://endefensadelahumanidad.blogspot.com
[3] Erich Fromm explica este mecanismo de pérdida del yo original y sustitución por el pseudoyo en el capítulo V de El miedo a la libertad, específicamente al referirse al tercer mecanismo de evasión: la conformidad automática.
[4]
Es cierto que aquí nos adentramos en un asunto turbio y escabroso, que es el del
sistema sanitario. Este no busca la salud, sino la venta de medicamentos con el
fin de convertir a las personas en enfermos crónicos, dependientes de los
mismos.