Hay quien teme la tristeza, huye de ella, la ignora, le corta el paso de salida, que no de entrada, pues ella no está afuera y un día viene a visitarte, sino que procede del mundo infinito en tu corazón y en cualquier momento te dice: ábreme, quiero salir. También hay quien la llama a ella, pero no para dejarla salir, sino para permanecer siempre a su lado.
Hay algo bello y sublime en la tristeza, pero no en la reprimida, sino en esa libre, que sale del corazón y vuela por el aire dándole un tono grisáceo al cielo e incluso puede que se transforme en fina lluvia o en una suave melodía que acaricia las mejillas. Y después te dice adiós con un suspiro, poco a poco asciende, abandona la atmósfera, dejando paso de nuevo al Sol que te mira curioso, se va también del planeta y penetra la espesa oscuridad para convertirse en una estrella que te guiña un ojo desde arriba porque ahora ya conoces su secreto.