La espiritualidad no va de palabras raras y técnicas ancestrales.
Normalmente quienes se refugian en ello no son personas auténticas y no
tienen el valor de recorrer el sendero que les lleva a sí mismos,
seguramente porque no están orgullosos de quiénes son en realidad.
¿Y quién siente ese orgullo? Nadie que haya dedicado un tiempo a mirarse por dentro.
La persona espiritual sabe que está llena de contradicciones, sabe que tiene la capacidad de hacer daño a otros o a sí mismo,
que no es un "ser de luz", sino un organismo complejo compuesto por
distintas "secciones" que, a veces, van cada una por su lado. Tenemos
virtudes, pero también somos rabia, miedo, dolor... e incluso se puede
llegar a sentir rencor, deseo de venganza, de autolesionarse y,
finalmente, de eliminar a otros, a veces de manera muy cruel. Creo que
estos últimos sentimientos solo se dan en seres que no tienen nada que
perder, porque ya se han perdido a sí mismos por completo.
Como
decía Camus, todos estamos apestados, infectados del mal. Lo importante
es mantener controlada la enfermedad. Y eso, insisto, no se consigue
creyendo que uno es un ser de luz, sino aceptando lo que Jung llamaba la
sombra, haciendo conscientes las actitudes inconscientes, pero no solo
eso. De nada sirve saber si no se hace algo con eso que se sabe.
Ahí
es donde entra la espiritualidad. Y en eso no hay caminos marcados. Sí
que pueden servir algunas técnicas ya existentes, pero no como panacea,
sino como herramienta puntual.
La espiritualidad requiere, sobre
todo, silencio, pero también concentración. No se trata de dejar la
mente en blanco, sino de observar los pensamientos más superficiales y
acceder a las verdades y mentiras internas.
La verdad de lo que somos y la mentira de lo que creemos ser.
Pero también la elección de cómo queremos ser. Yo pienso, y puedo estar
equivocada, que tenemos una esencia, algo primordial en nuestra
personalidad más profunda, pero además hay cualidades que podemos
sustituir o alcanzar.
A veces la propia vida nos obliga a hacerlo.
Un ejemplo extendido: normalmente, quien se convierte en padre o madre
deja sus actitudes inmaduras, y además de una forma no excesivamente
dolorosa, porque hay una recompensa, que es el amor que se da y se
recibe. Estas recompensas profundas palian el dolor del cambio interior.
En la actualidad, debido a las cadenas disfrazadas de rosas que nos
pone el sistema, tenemos más traumas y problemas internos que nunca. Y
además nos hemos vuelto débiles. Pues precisamente por eso debemos ser
valientes y esforzarnos más que nunca por acercarnos a nosotros mismos y
controlar la peste para no contagiar a los otros. Resulta un tanto
irónico que esto lo diga yo, que tengo una brutal tendencia a la
misantropía y que disfruto de una manera poco saludable de la soledad. O
quizás más que irónico es una muestra de que el cambio es posible y de
que el primer paso es el autoconocimiento, el segundo, la aceptación, el
tercero, la voluntad y el cuarto, la acción.