Yo que pensaba que la perla estaba en no sé qué córvido
encadenado, y era mi propia tinta difuminando los ángulos de la realidad de
cartón. Pero ahora, acostumbrada a pintar ríos salados, cielos perezosos; hecha
a subrayar los hilos de Ariadna que tejían mis huecos, no encuentro (aún) el camino
en que se trenzan letras y sonrisas.
Porque no sé si es perla lo que hay en tus ojos. Al menos no
es la perla que llama a la niebla. Es un fuego extraño del que temo que asfixie
mis palabras. Y a pesar de grises ecos, la ondina -siempre la ondina- anuncia
silencios cantados por estrellas, anuncia un nuevo aire para el pecho, que poco
a poco vuelve a ser.