Uno de los libros que leí para documentarme sobre este tema
es Cómo aprendemos a leer. Historia y ciencia del cerebro y la lectura,
de Maryanne Wolf. Aunque explica con detalle qué sucede en nuestro cerebro
cuando leemos, no establece ninguna conclusión sobre los efectos de Internet en
el mismo. Lo que sí nos cuenta es, por una parte, que leer no es un acto innato
del ser humano, sino que fue necesario crear nuevas conexiones cerebrales para que
nuestra especie aprendiese a leer.
<<No nacimos para leer. Los seres humanos inventamos
la lectura hace apenas unos milenios. (...) El invento de nuestros antepasados
pudo aparecer sólo gracias a la extraordinaria capacidad del cerebro humano
para establecer nuevas conexiones entre estructuras preexistentes>>.
Y, por otra parte, Wolf apunta a la necesidad del pensamiento
pausado y del silencio (me refiero a un silencio mental) que la
sobreestimulación de Internet obstaculiza:
<<En la música, en la poesía y en la vida, el
descanso, la pausa, los movimientos lentos son esenciales para comprender el
todo. De hecho, en nuestro cerebro existen unas <<neuronas del
retraso>>, cuya única función es frenar la transmisión neuronal realizada
por otras neuronas durante unas meras milésimas de segundo. Éstas son las
inestimables milésimas de segundo que permiten secuenciar y ordenar nuestra
aprehensión de la realidad>>.
Uno de los males de nuestra época es precisamente la prisa y
la ausencia de silencio, pues no hay tiempo para detenerse a observar un
atardecer, a escuchar una canción (sin hacer nada más). Pero incluso los
momentos en los que sí tenemos unos minutos (esperando el autobús, en la sala
de espera del médico, etc.) los llenamos con esos estímulos a los que nos hemos
acostumbrado en lugar de dedicarlos a simplemente estar. No es necesario acudir
a prácticas espirituales de nombres rimbombantes, pues meditar no es más que
<<Pensar atenta y detenidamente sobre algo>> (DLE). Si eres una
persona de tendencia extravertida, te recomiendo dedicar esos momentos de
espera a observarte por dentro. Si, como yo, pasas demasiado tiempo en tu
interior, puedes aprovecharlos para observar lo que te rodea.
Creo que ya estamos obteniendo parte de la respuesta a la
pregunta del inicio: la ausencia de reflexión
pausada propia de nuestro tiempo nos lleva a conocer la realidad y a nosotros
mismos de una manera superficial.
Ahora bien, habría
que matizar algo, ya que no es propiamente la tecnología la que nos lleva a ese
estado, sino la forma de vida occidental. Para centrarnos en los efectos de
Internet, podemos acudir al doctor en Lingüística y autor de Ciberpragmática.
El uso del lenguaje en internet (2001) y Ciberpragmática 2.0. Nuevos
usos del lenguaje en Internet (2010).
En su artículo <<En qué difieren los géneros
electrónicos de los analógicos>> habla de las consecuencias
pragmático-cognitivas de Internet en los usuarios. Aunque te recomiendo leerlo
entero (está accesible en la Red y es breve), voy a comentar algunos de los
aspectos que trata.
Yus comienza explicando una característica cognitiva que
tenemos y que consiste en la relación entre el esfuerzo mental y la relevancia
de la información obtenida gracias a ese esfuerzo: << La cognición humana
muestra una clara tendencia hacia la búsqueda del mínimo esfuerzo o de un
esfuerzo que se vea recompensado con un interés adicional que compense el gasto
de recursos cognitivos>>; <<si existe una exigencia de esfuerzo
adicional, éste debe ser compensado con algún interés adicional>>. El
cerebro humano, por tanto, busca en cada actividad un equilibrio adecuado entre
el esfuerzo y el interés.
Uno de los problemas que presenta el entorno digital es la
multitarea (estamos al mismo tiempo mirando una página web que nos ofrece
múltiples posibilidades, escribiendo en el procesador de textos, chateando con
un amigo, etc.):
<<el propio “espacio discursivo” donde está teniendo
lugar la lectura del texto ofrece innumerables posibilidades de multi-tarea que
exigirán, al mismo tiempo, la dedicación de recursos cognitivos para obtener
equilibrios parciales de interés y esfuerzo, del mismo modo que ocurre con la
propia lectura del texto que el usuario está acometiendo>>.
La cuestión es que nuestro cerebro no está preparado para la
multitarea, ya que dispersa los recursos cognitivos. Y no solo eso. Los
estudios de David Meyer
(citado en el
artículo de Yus) <<muestran que
cuando la
gente salta de una tarea a otra la capacidad de inferencia de la
información va decayendo poco a poco>>. Según Meyer, por lo tanto,
la naturaleza de Internet favorecería los problemas de inferencia (comprender
adecuadamente un mensaje) que te planteaba en la
primera
parte de este artículo.
Otro inconveniente del entorno digital es la sobreestimulación.
Si bien Internet puede usarse como una herramienta para poner el conocimiento
al alcance de todos, también se utiliza por parte de las empresas para vender
más. Ahora, debido a la huella que dejamos en Internet, la publicidad que recibimos
está personalizada según nuestros gustos. De aquí derivan otros dos problemas.
Por un lado, está el hecho de que los distintos géneros
digitales compiten entre sí por la atención del usuario. Recibimos constantes
reclamos: notificaciones, sugerencias y recomendaciones de Facebook, Twitter, Youtube,
Instagram... Es cierto que el usuario puede desactivar esas notificaciones en
su dispositivo, pero al entrar en las diferentes páginas o aplicaciones, va a
encontrar invitaciones a clicar en un enlace, a compartir un elemento, etc., y
esto incluso sin haber iniciado sesión, debido a <<una monitorización
continua de nuestra conducta en Internet>>.
A esto se suma que lo distintos géneros nos ofrecen potentes
recompensas cognitivas a cambio de un esfuerzo mínimo:
El segundo problema con el que nos encontramos es que al recibir
siempre discursos personalizados, la información que obtenemos es un reflejo de
lo que ya pensamos y no nos vemos en la tesitura de enfrentarnos a lo diferente
(no en el sentido de lucha, sino de ponernos enfrente de ello), que es lo que
para algunos autores nos lleva realmente a crecer y a aprender.
<<Nos adentramos de este modo en un camino vigilado en
el que aquello sobre lo que hemos hecho clic determina qué vamos a encontrar
más adelante en el camino, una especie de ratonera donde nos regocijamos en la
reiteración continua de nuestros intereses>>.
Francisco Yus menciona en varias ocasiones a Nicholas Carr, autor
de ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?. Superficiales y
otras obras en las que explica la influencia negativa de Internet en el cerebro
humano. Es cierto que hay autores como Clive Thompson que opinan lo contrario y
señalan los beneficios cognitivos de esta herramienta, así que es trabajo de
cada uno investigar más a fondo y llegar a alguna conclusión.
Pero volvamos a Carr y a nuestras dudas sobre la capacidad
de inferencia. El escritor norteamericano piensa que la forma de leer ha
cambiado y que el uso de la tecnología nos ha llevado a una lectura poco profunda,
ya que buscamos << la eficacia de lo instantáneo y la inmediatez del
estímulo por encima del sosiego y la reflexión>>. Esto afecta en gran
medida a nuestra capacidad de concentración. Y no solo eso. Cuanto más nos
acostumbramos a la hipertextualidad, la multimedialidad y la lectura no lineal
propias de los géneros digitales, más nos cuesta dedicar nuestra atención a un
texto largo y de secuencia lineal. En palabras de Yus, los nativos digitales
<< reniegan y se quejan cuando la información se les presenta de una
forma uni-direccional, en un solo formato y exige concentración únicamente en
un único discurso que hay que procesar>>.
Podríamos continuar comentando el artículo de Yus y las
ideas de autores como Carr muchos párrafos más, pero mi intención era enfocarlo
en la cuestión que me preocupa.
Pienso que todavía queda mucho por leer e investigar, pero,
por el momento, me atrevo a concluir que, efectivamente, Internet afecta a nuestra
capacidad para comprender lo que leemos. Pero podemos utilizarlo de una manera
responsable y educar nuestra mente para no conformarse con <<fogonazos>>
de información y seguir siendo perfectamente capaces de reflexionar de manera
pausada y de leer textos de gran profundidad.
Al fin y al cabo, el problema no es tanto la herramienta
como lo que el ser humano hace con ella. Sin embargo, estoy de acuerdo con Cassany
en que es necesaria una alfabetización digital, no solo para adquirir destrezas
a la hora de manejar un dispositivo electrónico, sino también para saber buscar
y gestionar correctamente la información que recibimos.
En definitiva, no creo que sobre Internet, creo que
falta conocerlo en profundidad para usarlo a nuestro favor y que no sean las empresas
las que lo usen para obtener beneficios a costa del usuario.
Espero que te haya gustado este artículo y te animo a compartir
tu opinión.