Tal vez estoy demasiado cerca del mosaico para interpretar
el dibujo. ¿Y si al alejarme compruebo que no hay una forma lógica, que todo
esto que me rodea no es más que el resultado de una telúrica decisión, de una
erupción tajante? El aire que exhalan las cuerdas de una guitarra desordenando
todas las letras que componen/componían las paredes de mi refugio de plástico.
Porque ¿dónde está el real, el que perdí una vez? Mi refugio a la intemperie,
calentado por las estrellas que había en el pecho. ¿Qué he hecho con ellas?
Demasiada luz artificial que no se va.
Y tu melodía persistente como la lluvia. Y tus manos de superficie
áspera y alma de nebulosa que no se rinden. Y tampoco se rinde la niebla, la
necesidad de convertir los fonemas callados en ladrillos estridentes, el silencio
inoportuno tras palabras cargadas de los cielos que ansío.
Son quizá estas grises enredaderas que plantó no sé qué cuervo-vencejo
en terreno abonado en la era paleozoica y que han regado eternos otoños de humedad
hueca. ¿Qué hago ahora con la madeja de alambre que invade el pecho, si al
tirar del extremo corro el riesgo de arrancarme los latidos?
Y si, además, huyo de otredades que besen mis pasos, que
deshagan el metal. Solo necesito seguir un poco más el hilo, pero estoy cansada
de tanto laberinto.
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