3/12/14

El antisilencio


Donde hay antisilencio no hay emociones, porque se anestesia el pecho. Brillan, vibran en mi espacio, y cuando traspaso el umbral de la puerta, callan, quedan encerradas -o tal vez fuera-. Y ya no hay vacío, ni dolor. Solo una ruda indiferencia. Solo crítica. Cuando atravieso esa puerta, ¿dónde quedo yo? ¿Qué, quién soy yo?

¿Acaso soy también yo la rudeza? ¿Está en mí o me ha poseído? Hay algo, un aire tóxico, una marea negra. El antisilencio. El antisilencio que parece posarse sutilmente sobre mi cabeza, sobre mis hombros, y penetra en mis oídos y en mi alma, y se come la poesía, y bebe mis lágrimas. Y quedan los ojos huecos.

¿Cómo librarme del antisilencio? Llena mi estómago mientras vacía mi ser. Y si salgo de sus paredes, me encontrará el jinete que porta el caos y robará definitivamente mi alma, impidiéndome para siempre crear.

No soporto tener tantas estrellas danzando en mí y no poder proyectarlas en el negro lienzo. No soporto esta luz artificial. No soporto este antisilencio.

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