19/9/15

Tus dulces manos

En medio de la aplastante rutina, clamé. Mi pecho estuvo muerto, fue piedra, y clamé.

Asomé mis pétalos marchitos por entre los montones de chatarra y pude beber por breves momentos tu luz. Y así fui bañándome en ti, entre aguas de desaliento y de esperanza. Hasta que llegó el día, como otras veces, elegiste un lugar mágico, belleza salida de tus dulces manos; te llevaste la chatarra, besaste mi corazón y lo encendiste con tu aliento.

Por fin pude cantar esa frase que antes se quedaba atascada en mi boca: la pasión no morirá. La pasión no había muerto del todo, aunque aún no lo sabía, y tú la reviviste. Por eso hoy puedo escribirte estas palabras, porque eres tú quien peina mi alma, quien deshace con ternura sus enredones; eres la brisa que corretea por mi interior, acariciando cada rincón, quien da brillo a mis ojos y luz a mi tristeza, quien me mantiene en la esperanza cuando la niebla no me deja ver lo que hay alrededor, quien conoce mis tropiezos y levanta mis manos en los momentos en que sé que no lo merezco, quien me enseña a perdonarme cada día. 

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