Solo un río de palabras sin ordenar, otra vez. Solo dejar
correr a estos caballos que hoy son difusas sombras incapaces de beberse
los segundos.
No es literatura.
Nunca es literatura, sino letras imposibles y tan ciertas. Música
que se agota.
Para qué tanto (sin fuerza para entonar). Para qué... este
pasado aprendizaje en el que ya no sé si aprendí. Quizás solo acumulé dolor. Un
dolor que me ha consumido.
Quizás conservaba mi pureza y me creí nada. Quizás me
disfracé de nada.
Para qué los sueños, para qué prepararse, para qué la lucha,
para qué las pequeñas batallas vencidas si al final pierdo la guerra.
Porque me creí nada... quizás.
Eclipses que me devoran como a una manzana y me dejan hasta
sin semillas.
Sepultada en una minúscula maceta, entre infinidad de
ventanas todas iguales, en medio de la Nada más gris.
Para qué los sueños. Solo para los libros.
Debería haberlo sospechado, tan amante del ingenioso
hidalgo... Imaginé gigantes, ejércitos que derrotaba y hasta una Dulcinea, pero no imaginé que el triste
caballero y yo compartíamos destino.
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
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