12/2/15

12/II/2015

En estas noches calmadas, tras el gramático trajín, me pregunto por qué he de amar.

Amar a quien no me ama, amar a quien no me aprecia.

Yo no planté este amor, que más parece un yugo. No es libre. Y si no es libre, no es amor.

A través de la ventana me despeina la dorada historia de la eterna ciudad -esto sí es amor-, y de repente tintinea una alegría que despierta de su invierno. Viene envuelta en otro amor, amor por el conocimiento, amor por tejer las ideas para esbozar la verdad.

Verdad y mentira tienen la misma forma, susurra el viento

Y se traslada esa batalla a mi interior. La danza de hojas comienza a abrirse hueco en esto que soy, o creo ser, y la perla nocturna desfallece de nuevo.

Pero entonces se levanta la conciencia, defendiéndola con fiereza. ¿Por qué, por qué mi conciencia ama tanto a la perla? 

¿Y por qué habría yo de luchar por algo que acumula capas y capas de nieve y ceniza? ¿Por qué no dejar que este sabio sol que anuncia primavera polinice mi flor, que se cansa de estar cerrada?

Ojalá no conociera los nuevos nudos del tapiz. Ojalá Ariadna cortase el hilo.




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