Mi mano atraviesa la llama y el silencio permanece quieto.
¿Es la misma llama que ayer movía montañas?
Diferentes pares de ojos miran huecos desde su centro, pero
mi piel traspasa la Nada. El acebo que coronaba el pecho no es ni siquiera cenizas,
porque no lo sopló el viento. Se quedó momificado en el nuboso limbo.
Alguien dejó que los gusanos desinflaran los rubíes. Y la
golondrina anidó en el mástil de un barco hundido.
El cráter y el géiser, a punto ya de extinguirse, acarician
el aire con pequeños diamantes cavernosos y cascados, cada uno desde su
continente.
El bosque, ahogando sus penas en el licor anaranjado del
cielo, contempla el infinito mar que, sin saber cómo, se ha instalado a su
alrededor.
Los hilos del arcoíris ya no se entrelazan alegremente. Tras
descender quebrados con gran ímpetu, quedaron agotados y solo pueden mirar con
ojos empañados.
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