Mis brazos se hacen fuertes por tener que levantar mis ganas
del suelo con tanta frecuencia, ahora debido a la presencia de este sol que amo
y temo. Tal vez porque ya no es capaz de iluminar los espacios en blanco del
alma, o porque se empeña en secar, en lugar de nutrir, paraísos ausentes.
Y me aferro a las risas que he aprendido, con lustros de
retraso, a compartir. Es agradable y puede que necesario en proporciones
equilibradas, pero demasiado normal. Me aferro también a los quehaceres,
convirtiéndome en un ente que se balancea en un atropellado vaivén.
Y mientras tanto, Apolo y Dafne, que han cambiado las
tornas, continúan su carrera, intentando la segunda alcanzar a un Apolo
desengañado. Pero el Critilo que la parte superficial de mí desea ser huye de la
dulce ninfa, amiga de los pájaros, confidente del viento.
Huye porque aún oye los gritos de desgarros pasados, porque
ha perdido la fe en el fuego prometeico y en el poder de los rayos, porque duda
de que, una vez convertida en árbol, pueda el alma volver a volar.
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