Se cierran mis hojas en torno a la perla; negra, como el
manto que me acoge. Y absorben lentamente las espinas, las que pinchaban hacia
dentro, rasgando las entrañas; las que, en opuesta dirección, destruían y
envenenaban sin piedad las palabras.
Camino, ahora, liberada. Tras atravesar la atmósfera plomiza
y permanecer en la Nada creadora, ausente ya de raíces que no embriagan, salgo
al exterior. Busco retazos del alma, que, entre la otra Nada y yo, descosimos
con burdas manos y dejamos abandonados en caminos polvorientos y en senderos
encantados.
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