Huye de mí la luz esquiva. No roza el viento delicado.
Permanece en silencio la espuma. Ya no quiere salpicar a la amnésica noche. Se
perdió Ariadna.
El nudo se ha ido hundiendo. No por más profundo, más
intenso. Solo, ahora siempre, el silencio. No hay cenizas de Teseo, ni cálida
isla en la memoria. Todo quieto.
Palabras a regañadientes que no quieren leerse a sí mismas.
Un fuego claro y vacío que abraza un bloque de hormigón.
El discurso sustituyó al susurro, la suave melodía a la
desordenada percusión. Cercano, angular horizonte. Una recta espiral. La muda
letra que se ha ido de las manos. Para el pecho, perpetuos guantes.
No hablan las que llamaron criminales, ni para adular. Polvo
enredado sobre un aséptico lienzo. Estruendo para los oídos.
Y en el lecho, aire.
Plomo que se adueña de los días y de las pupilas. Y hay
quien quiere venderme a otro sol de plástico, y que salgan del gaznate
desafinados cantos.
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