Tal vez prefería no verte, como al principio, cuando seguía
a ciegas la estela de un fénix imperfecto que cambió su fuego por alas de
metal, creyendo que era todo cenizas.
O seguir viéndote como el aire de primavera que, al menos
una vez por semana, iluminaba mis calles.
Pero has ido golpeando mi ventana al compás de la lluvia. Y
con la suavidad abrumadora de cada gota te has convertido en lo que jamás
quise.
Poco a poco, has conseguido que se me corte el aliento
cuando adorna el horizonte tu triste figura. Porque nunca aprendí a ser rosa
que mira impasible desde su balcón. Tan solo soy una amapola en el suelo que no
se troncha aunque le caigan piedras.
Una amapola ingenua que sueña con pintar cielos.
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