31/8/18

31-VIII-2018


Hay días en que huyo de perlas y de bosques,
del tacto de pechos sin enterrar.
Porque ya no pinchan las lágrimas.
(Habrán perdido sus alas)

La pereza del viento me impide escuchar
pasos que brillan como el rocío.
La tarea de seguir mi madeja de calles
es más que suficiente.

Y se me agotan las palabras,
y no siento la savia.
Y se me enredan los pies con el asfalto.

"La moral anarquista" de Piotr Kropotkin


En “La moral anarquista”, texto que no llega a las cuarenta páginas, el teórico ruso Piotr Kropotkin pone de manifiesto, de manera clara y sucinta, cuál es el principio moral que rige la vida de las personas; pero no solo de estas, sino también del reino animal, e incluso de las plantas.
Desde el momento en que abrimos el libro nos damos cuenta de que la intención de Kropotkin en estas líneas no es reflexionar para sí mismo, tarea que ha llevado a cabo con anterioridad, sino transmitir a los lectores cuáles son las conclusiones a las que ha llegado, aportando ejemplos y razonamientos que sirvan como columnas a sus ideas, guiándolos así por las avenidas de su pensamiento y evitando los recovecos y rodeos con los que seguramente se haya encontrado, haciendo, en consecuencia, más fácil el acceso.
Parte de la moral que tenía trascendencia en su tiempo: en primer lugar, la de mayor tradición, la religiosa, además de otra que parece unida a esta, la educación familiar y la costumbre; pero también se refiere al imperativo categórico kantiano y a las ideas utilitaristas.Y comenta cómo la juventud de su tiempo estaba rompiendo con esas ideas establecidas y logrando una moral más libre y elevada, ya que la moral por obligación lleva a la decadencia: <<hacen lo que pueden para acomodar exteriormente sus actos a lo que dicen profesar; y el nivel moral de la sociedad desciende cada vez más (...) Todo lo que había de bueno, de grande, de generoso, de independiente en el hombre, se enmohece poco a poco>>.
Propone entonces la moral de estos jóvenes, la moral anarquista. Para introducir al lector en el concepto, expone algunas de las preguntas básicas que surgen. Por ejemplo, habla del altruismo y el egoísmo y nos traslada una cuestión que creo que muchos nos hemos planteado alguna vez: ¿ayudamos por puro altruismo o porque, al hacerlo, obtenemos una satisfacción y nos evitamos un sufrimiento? Y llega a la siguiente conclusión: <<Cualesquiera que sean sus actos, el hombre busca siempre un placer o evita un dolor>>. Por ejemplo, lo que mueve a alguien a dar su último bocado de pan a un niño hambriento es la consecución del placer, algo que no encaja en la moral religiosa. Pone, además, ejemplos del mundo animal y vegetal, como ya he adelantado, pues a todos los mueve el mismo principio:
<<Buscar el placer, evitar el dolor, es el hecho general (otros dirían la ley) del mundo orgánico: es la esencia de la vida.
Sin este afán por lo agradable, la existencia sería imposible. Se disgregaría el organismo, la vida cesaría.
Así, pues, cualquiera que sea la acción del hombre, cualquiera que sea su línea de conducta, obra siempre obedeciendo a una necesidad de su naturaleza>>.
Enlaza esta idea con la del bien y el mal, recurriendo a situaciones del reino animal para mostrar cómo este es principio un natural.

Y llega, de este modo, al principio esencial que va a desarrollar a partir de ahora, al que va a llamar principio de igualdad: <<Haz a los otros lo que quieras que ellos te hagan en igualdad de circunstancias>>.
También dedica algunas líneas a distinguir entre acciones conscientes e inconscientes, y creo que es sobre todo desde este momento cuando empieza a dejar hilos sueltos, no por despiste, sino porque, como dije al principio, trata de ser directo y de transmitir unas ideas de forma sucinta, de hacerlas comprensibles, para que sea el propio lector quien, al asaltarle las dudas, reflexione sobre esas cuestiones que van quedando pendientes.
Considero que La moral anarquista es un libro imprescindible para todo aquel que quiera adentrarse en esta filosofía social, y sobre todo para quien desee participar de ella.

19/8/18

Sin final


Después de tocar las estrellas, me cortaron las manos. Lo cierto es que pude haber escogido seguir en el cielo, que no es un paraíso, porque exige el esfuerzo de estar constantemente espantando la chatarra espacial que quiere enturbiarlo. Sin embargo, me lancé directa hacia el verdugo y me adentré en una niebla tan espesa que aún hoy quedan restos entre mis ojos y mi piel.

Y da la sensación de que ahora las estrellas me esquivan, cuando en realidad viven esperando que las vuelva a alcanzar. Pero esta niebla pesa en el pecho y en las piernas, y voy despacio dando vueltas por un monótono laberinto.

Y de momento no puedo escribir un final para este capítulo.