12/5/19

La espiritualidad

La espiritualidad no va de palabras raras y técnicas ancestrales. Normalmente quienes se refugian en ello no son personas auténticas y no tienen el valor de recorrer el sendero que les lleva a sí mismos, seguramente porque no están orgullosos de quiénes son en realidad.

¿Y quién siente ese orgullo? Nadie que haya dedicado un tiempo a mirarse por dentro. 

La persona espiritual sabe que está llena de contradicciones, sabe que tiene la capacidad de hacer daño a otros o a sí mismo, que no es un "ser de luz", sino un organismo complejo compuesto por distintas "secciones" que, a veces, van cada una por su lado. Tenemos virtudes, pero también somos rabia, miedo, dolor... e incluso se puede llegar a sentir rencor, deseo de venganza, de autolesionarse y, finalmente, de eliminar a otros, a veces de manera muy cruel. Creo que estos últimos sentimientos solo se dan en seres que no tienen nada que perder, porque ya se han perdido a sí mismos por completo.

Como decía Camus, todos estamos apestados, infectados del mal. Lo importante es mantener controlada la enfermedad. Y eso, insisto, no se consigue creyendo que uno es un ser de luz, sino aceptando lo que Jung llamaba la sombra, haciendo conscientes las actitudes inconscientes, pero no solo eso. De nada sirve saber si no se hace algo con eso que se sabe.

Ahí es donde entra la espiritualidad. Y en eso no hay caminos marcados. Sí que pueden servir algunas técnicas ya existentes, pero no como panacea, sino como herramienta puntual.

La espiritualidad requiere, sobre todo, silencio, pero también concentración. No se trata de dejar la mente en blanco, sino de observar los pensamientos más superficiales y acceder a las verdades y mentiras internas.
La verdad de lo que somos y la mentira de lo que creemos ser.

Pero también la elección de cómo queremos ser. Yo pienso, y puedo estar equivocada, que tenemos una esencia, algo primordial en nuestra personalidad más profunda, pero además hay cualidades que podemos sustituir o alcanzar.

A veces la propia vida nos obliga a hacerlo. Un ejemplo extendido: normalmente, quien se convierte en padre o madre deja sus actitudes inmaduras, y además de una forma no excesivamente dolorosa, porque hay una recompensa, que es el amor que se da y se recibe. Estas recompensas profundas palian el dolor del cambio interior.

En la actualidad, debido a las cadenas disfrazadas de rosas que nos pone el sistema, tenemos más traumas y problemas internos que nunca. Y además nos hemos vuelto débiles. Pues precisamente por eso debemos ser valientes y esforzarnos más que nunca por acercarnos a nosotros mismos y controlar la peste para no contagiar a los otros. Resulta un tanto irónico que esto lo diga yo, que tengo una brutal tendencia a la misantropía y que disfruto de una manera poco saludable de la soledad. O quizás más que irónico es una muestra de que el cambio es posible y de que el primer paso es el autoconocimiento, el segundo, la aceptación, el tercero, la voluntad y el cuarto, la acción.

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