25/10/15

Deseo

El tiempo pasa muy lento a veces y mi pecho está encendido. Mi piel tiene sed de flores. Desapareció la necesidad de deshacer el nudo de mar. Tal vez ya se desenredó en una de mis noches azules, las cuales, a pesar de los intermitentes días grises, tengo miedo de perder.

No sé si contestar a las llamadas que de vez en cuando me hace un punto en el mapa, pues cuando lo he hecho, estaba vacío. Pero no, no quiero hablar de paisajes. Mi noche así, azul, es bella, aunque mis días también desean.

Suelo atormentarme con la idea de que mi rostro ya no es el mismo, que realmente el tiempo no pasa lento, como si hubiese, por lo tanto, dos tiempos, el pequeño y monótono y el fugaz y enorme que arrasa con todo lo bueno, como un huracán, y deja marcas demasiado visibles. Pero el agua toca mi corazón, y recuerdo al poderoso dueño del manto, quien es capaz de devolverle el brillo a la flor marchita y el entusiasmo al alma vieja.
Dejo de pensar en el tiempo, pero mi pecho sigue encendido y no ha llegado el día de que sople el viento. Para colmo, figuras de cartón quieren embelesar mi carne insistentemente. Solo puedo respirar tranquila en mis noches azules, y estas no son muchas. Aunque es cierto que en ellas, el corazón brilla más, de modo que aumenta la sed.


¿Sed de sol? Quién sabe. 

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