16/11/15

19/IX/2015

Un año después, he vuelto a este rincón en el que acepté la realidad, profunda como estas aguas, de que, una vez muerto el dolor y el olvido, has pasado a vivir en mis venas. Supe que todas las ilusiones que han querido embriagarme  desde mi huida, y las que vendrán, no son más que cartón envuelto en papel dorado. Nada tan puro, tan de carne y alma como tú. Tu azabache. Tu azabache vence a mi vergüenza y hablo sin tapujos de tus ojos. Pequeños ojos negros. Ojos de artista, de poeta de la noche y de verdes mañanas. Inteligencia y real irrealidad en un mismo rostro.

Regreso a mis aguas, las que me han visto crecer. ¿No son también, junto con tu azabache y la sangre del nazareno, las que sustentan mi ser? Y hoy solo pienso que nunca las recorriste. Tal vez fue culpa mía por derramar en ti esa inconsistente mezcla de miel y hiel que tantos años he sido. Me atrevo a escribirte sabiendo que no te merezco, que solo he sabido herir tu corazón de niño envuelto en roca. Y sabiendo también que nunca volveré a reflejarme en tus ojos negros. El único cristal en el que podré mirarme seguirán siendo estas aguas de mi infancia.

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