Desde que comencé a recorrer
esta abrupta senda, pensé que la primera lección que aprendí era definitiva: Todo lo que necesitas está dentro de ti.
Nunca imaginé llegar hasta donde estoy ahora, tan avanzada (comparándome
conmigo misma) en algunos aspectos que ayer parecían imposibles de superar.
Sin embargo, veo que me
equivoqué con esa lección; que, aunque fue útil en su momento y me sirvió para
alejarme de personas dañinas y acercarme a mí misma, no es cierta. ¿Cómo puede
serlo si los pedazos de mí que no encuentro no están aquí adentro? No sé dónde
están. Sé que no se los ha llevado una persona, no creo que nadie tenga ese
poder a no ser que uno mismo se lo dé.
Parece como si esos pedazos que
he perdido se hubieran quedado en las hojas de los árboles que eran mis
compañeros. Siento que no tengo más que volver a ese lugar para, de alguna
forma misteriosa, recuperarlos y recomponerme. Pero, por un lado, no puedo
volver, pues está vedado para mí; y, por otro, es posible que, aunque lo
hiciese, ya haya desaparecido el brillo del suave verdor, que la savia haya
sido despiadadamente consumida.
Cuando comencé el camino, el sol
y los pájaros iban conmigo. Ahora me he adentrado en una cueva que se estrecha
cada vez más y que parece interminable. Mi único acompañante es su gélido
aliento, pues ni siquiera los murciélagos la encuentran adecuada como refugio.
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