Esta suave sensación ante mí, materializada en la superficie
de tu suéter. Es la primera que me inspiras, pues, al verte, nadando ambos en
este ordenado mar, lo único que hay es la apreciación objetiva de tu porte
agradable.
Desconozco el motivo por el cual no me deslumbra alguien
como tú. Quizá toda la realidad ha quedado eclipsada por la estela de un fénix
imperfecto o, tal vez, es el torbellino que, sin permiso, habita mi interior y
que ahoga incluso a las más osadas mariposas. Tan solo tiene fuerza la pasión,
no aquella dulce que vencía a la razón, sino otra demasiado corpórea y, a la
vez, insípida en lo esencial.
Ahora estás aquí, pero no despiertas en mí ninguna de esas
pasiones. En cambio, se asoma por entre la niebla un calor suave que dibuja
ondas sobre tu espalda. Y esta me llama,
serena, sutil. Les pide a mis brazos que se conviertan en alas que te arropen,
lentas, silenciosas. Que rocen el frío de manera tan delicada que no le quede
otra opción más que evaporarse.
No sé si, aun siendo tan solo aire, la que se evapore sea
esta sensación o si, por algún motivo inexplicable, continuará creciendo
despacio, como un pequeño brote que acaba inundándolo todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario