La sombra enredadora amenaza con lacerar de nuevo el pecho,
y me trae palabras viejas que mi cuerpo, hoy cansado, no puede esquivar. Camino
por bosques de cristal y humo. Y debate el vestiglo con mi sangre.
Pero, esta vez, vence la pureza. Se posa como un suave sol
en mis rincones, sin quebrar telarañas, convirtiendo el polvo en destellos.
Y olvidan mis manos esas que sostienen cantos monocordes
disfrazados de blues, o tintineantes danzas en concurridas calles. Promesas de
explosiones bajo cuencas vacías que me niego a llenar, aunque me sobre fuego.
Y se van las palabras cargadas de escorpiones. Las derrite
el beso de la ondina, que se sumerge en caudalosos ríos sedientos siempre de
paisajes. Y teje la prudente, mientras bebe ocasos. Perdonándose a sí misma por
dejar en los días de niebla su labor. Porque no es fácil ser Penélope y Ulises
al mismo tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario