Un camino. Siempre los caminos en mis ¿versos? y las
malditas carreteras en mis besos.
Y ahora tú; el velero de tu sonrisa mojando la seca Castilla
de mis calles, el bosque de ladrillos que me recuerda la jaula en los ojos, en
las piernas, en los rebeldes pétalos que luchan contra este invierno de
plástico. La risa del reloj en las ojeras.
Pasan los árboles a sesenta, setenta, noventa kilómetros por
hora. Huyen mientras el pecho se engancha en las tijeras del horizonte. Ya que
no puedo evitar el tirón, ¿por qué no va más rápido?
Pero no, ya no. Exhalaciones de primaveras secuestradas.
Jadeos de un verano. Uno.
Siglos en blanco, iluminada por dos pequeñas ventanas que se
hacían grandes como escaleras a promesas inciertas. Tan inciertas que se
disolvieron en una turbulenta cascada.
Y ahora tu mar suave, tus pasos firmes que me dicen ¿dónde
vas?, pero respetan mis charcos. Y hay días que tu sombra se pierde y mi río se
ahoga y mi fuego sin leña se sube por las paredes.
Y otros días tu respiración besa mis dedos, y no hay
carreteras. Solo tu mar, cierto.
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