Reseña de Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio
y Esperando a Godot, de Samuel Beckett.
Podríamos pensar que la novela de Sánchez Ferlosio y la tragicomedia de Beckett son opuestas: la primera está marcada por el dinamismo y, comparada con “Esperando a Godot”, podemos afirmar que hay variedad de escenarios y objetos. El mundo de Alfanhuí nos llena los sentidos. En cambio, con Vladimir y Estragon la sensación que lo colma todo es un gris vacío, salpicado a veces por lágrimas que se rebelan propinando patadas.
Una lectura superficial también podría mostrarnos la
dualidad entre la mente excepcional y despierta de Alfanhuí y la mente cansada
y olvidadiza de los dos personajes de Beckett. O podríamos sencillamente mencionar
la edad: Alfanhuí es un niño, mientras que todos los personajes que aparecen en
la pieza teatral, salvo el mensajero de Godot, que apenas interviene, son de
edad avanzada.
Pero no podemos conformarnos con una visión simple. Si
pensamos en la intención de cada autor, ¿qué deducimos? Creo que esto es más
claro en “Esperando a Godot” que en la narración de Ferlosio. No es solo la eterna
espera de los personajes o ese plomizo anclaje a una situación insatisfactoria
lo que utiliza Beckett para comunicar. También los objetos y los gestos
absurdos, que se contraponen a ciertas frases y reflexiones aparentemente
escuetas y que tienen de fondo unos sentimientos complejos y universales, aunque
a veces sea necesario que un ser considerado inferior los despierte.
Lo que nos transmite Beckett con tales recursos es el
sentimiento que provoca la condición del ser humano. Ni llega Godot ni renunciamos a esperarlo. No creemos del
todo en nuestra existencia, pero tampoco nos atrevemos a dejar de ser. Permanecemos
en el limbo de la insatisfacción, porque para mí Godot es lo opuesto al vacío
existencial. Samuel Beckett negó referirse a Dios con este invisible personaje.
Aseguraba, en cambio, “que derivaba de godillot, que en jerga francesa significa
bota”. Y así es como empieza la obra: Estragon, que tiene el pie dolorido, intenta
descalzarse. Vladimir y él llevan una vida de hambre y carencias, y dejan ver
en el diálogo que Godot les traería comodidad:
En “Industrias y andanzas de Alfanhuí”, en cambio, no hay un
vacío existencial, quizás, si acaso el del lector, que anhela la visión
extrañada1 del niño de ojos amarillos. Él no espera, solo vive. Su
meta, desde mi punto de vista, es descubrir poco a poco la realidad, cuyos
elementos primordiales son los colores.
La novela utiliza la perspectiva infantil2, pero
esta no es una visión edulcorada , sino que el protagonista debe conocer la
muerte (como muy bien nos recuerda Ricardo Senabre, cada una de las tres partes
de la obra se cierra con una muerte) y lidiar con su propia violencia,
representada también con un color. Y es que Alfanhuí no elude ninguno de los
colores que conforman la realidad. Estos simbolizan y ambientan su búsqueda.
Por eso, el viaje culmina con la aparición del arcoíris, que considero que es
el encuentro consigo mismo tras haber aprendido de las sucesivas etapas:
<<Alfanhuí vio, sobre su cabeza, pintarse el gran arco de
colores>>.
Si Alfanhuí se hubiese topado con el árbol junto al que
esperan Estragon y Vladimir, habría logrado conocer y superar el reto que se le
ofrecía. ¿Por qué? Porque “su ojo está limpio”3.
La historia de este niño tiene ciertos paralelismos con la de
Lázaro: los dos dejan su casa para acompañar a un hombre mayor (el maestro
taxidermista y el ciego) y ambos aprenden
una serie de lecciones, si bien son muy distintas. Después viven diversas
situaciones y se enfrentan a adversidades. Los dos alcanzan, finalmente, una
meta.
Lo que da un tono distinto a ambas novelas, que también coindicen
en la brevedad, es la perspectiva de los protagonistas, su “ojo”.
¿Difiere la realidad de Alfanhuí de la de Lázaro o la de Vladimir
y Estragon? No lo creo. Todos son seres humanos y se enfrentan a problemas
propios de nuestra especie, si bien los personajes de la tragicomedia están en
una etapa posterior de la vida, casi al final, y ya han vivido situaciones que
no aparecen en la trama. Lo que vemos en los dos actos son las secuelas de años
y años de realidad humana desde la perspectiva más común.
¿Qué harían Vladimir y Estragon en el jardín de la luna, en
el jardín del sol, en el desván, en la casa de la abuela de Moraleja? ¿Encontrarían
a la culebra de plata y la cueva bajo el castaño? ¿Descubrirían el origen del
verde de las hojas y lograrían volverlas de todos los colores?
Claro que no. Sencillamente esperarían a Godot.
Y aun así, insisto en negar que “Industrias y andanzas de
Alfanhuí” y “Esperando a Godot” sean obras opuestas. Parecen más bien dos caras
de la misma moneda, dos opciones de la encrucijada que llamamos vida.
Diferentes, no contrarias, ¿superpuestas a veces? En lo que indudablemente
coinciden la novela y la tragicomedia es en la genialidad de sus autores.
1 Me refiero al “extrañamiento” como término de la Teoría de
la Literatura.
2 Esta visión infantil está muy bien definida por Ricardo
Senabre en “Una novela a contracorriente: Industrias y andanzas de Alfanhuí”,
artículo disponible en http://www.cervantesvirtual.com/obra/una-novela-a-contracorriente-industrias-y-andanzas-de-alfanhui-madrid-13-xii-1950-colofon-20-ii-1951/
.
3 La novela empieza con el versículo de Mateo 6-22: “La
lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está limpio, todo tu cuerpo será
luminoso”. También Ricardo Senabre explica la importancia de esta cita en el artículo
mencionado.
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