Me hablan de nueva normalidad. Miro a mi alrededor y lo veo
todo tan carente de lógica como antes.
Las mismas personas luchando por los mismos problemas o por
problemas mayores, esta vez -qué será lo siguiente-.
Siempre son sus guerras. Las nuestras las mataron: primero a
golpes, después con caramelos.
Nos vendemos por una comida caliente, por seguir al lado de a
quienes amamos, por dormir bajo techo, por proteger a la manada.
Nos vendemos porque saben que lo daríamos todo por nuestra
supervivencia y, más aún, por la de los nuestros.
Altos ideales para unas metas tan bajas como las de los amos
a quienes servimos en silencio.
Me hablan de nueva normalidad y veo las mismas palabras huecas
lanzadas en dardos con el gran poder de invadir nuestra mente y mover nuestra
boca y nuestros brazos.
El color inocente de la amapola y el del sol usurpados por
símbolos creados y usados por ellos para doblegarnos.
Hemos olvidado la importancia de la razón por la que les
damos nuestro tiempo y energía, autoconvenciéndonos de que somos indignos.
Aunque sea nuestro amor y nuestra capacidad de seguir en pie lo que nos da esa
dignidad.
El ser humano es, en realidad, digno desde que nace. Y solo
pierde esta cualidad cuando toma una serie de decisiones con el fin de alcanzar
esas bajas metas de sus amos.
Me hablan y yo solo veo la misma vieja normalidad. Y, en
medio de ella, pequeños faros que se resisten a perderse a sí mismos.
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