El tiempo, las experiencias, el conocimiento o una mezcla de
todos estos factores te acaba llevando al desengaño total, pues quizás ya
vivías desengañado en algunos aspectos, quizás ya eras consciente de algunos
elementos que fallaban en este sistema, o incluso de que todo el sistema no es
más que un despropósito, una destrucción deliberada de la vida, de la cordura,
del equilibrio. Pero analizaste posibles soluciones y es probable que te
embarcaras en algún proyecto o movimiento revolucionario con la idea de sentar
las bases para una nueva sociedad que retomase los pilares de las sociedades
naturales antiguas, derruidos por aquellos que solo buscan vivir de la
dominación, de la extracción sin fin, de la esclavitud en todas sus formas.
Y lo que sucedió es que, una vez más, le viste las orejas al
lobo, primero; y después ya el hocico, los ojos... todo el cuerpo. Quizás no es
esta la mejor analogía, qué culpa tendrá el pobre lobo de que el ser humano ya
no sepa convivir con él. A este respecto, es interesante descubrir cómo fue el
tránsito de las sociedades matrísticas (el concepto “matriarcal” no es del todo
exacto, como explica Casilda Rodrigáñez) a la sociedad patriarcal que trajeron
las invasiones indoeuropeas[1]. Un
tránsito no provocado por un proceso o evolución natural. Parece que las
comunidades matrísticas fueron primero cazadoras-recolectoras y, más adelante,
se hicieron sedentarias y se dedicaron también a cultivar la tierra. En cambio,
los indoeuropeos eran pueblos nómadas que pronto comenzaron a domesticar
animales, convirtiéndose en pastores. Parece que esta domesticación les sirvió
como ensayo para instaurar el sistema de dominación a través de la represión de
la sexualidad femenina, de la que es parte el deseo materno, y, en
consecuencia, de la represión de las criaturas humanas, cuyo funcionamiento
organísmico, basado en el placer, en el libre fluir de los deseos y en el derramarse, fue sometido al
acorazamiento, el cual se fue haciendo cada vez más complejo hasta llegar a la
terrible situación que vivimos hoy, ya insostenible[2].
Esta ganadería nómada supuso un trascendental
cambio evolutivo con respecto a las “técnicas de acecho” del cazador
paleolítico, ya que mientras éste último seguía o esperaba las grandes
migraciones de herbívoros para su caza, el pastor nómada ya no sigue a la
manada, sino que la dirige, se adueña de ella. Aparece de este modo por primera
vez en la historia humana el concepto de apropiación (de la naturaleza):
"esta vida (animal) es ahora mía."
Así, si hacemos un esfuerzo de empatía e intentamos
percibir el mundo desde la perspectiva animista de las cosmovisiones arcaicas,
doblegar la “fuerza” o el “espíritu” de un animal para crear manadas de
animales domesticados, suponía quebrantar, romper de facto el vínculo ancestral
y sagrado entre animales y humanos que había pervivido generación tras
generación desde el principio de los tiempos a través de la espiritualidad
naturalista paleolítica.
(...)La ganadería es por otra parte un sistema de
dominación, de por sí, netamente patriarcal, pues implica una explotación de
las hembras con fines reproductivos y para la extracción de su leche. Parece
claro que dichas técnicas de dominación eran muy similares a las que
indoeuropeos y semitas aplicaron sobre las mujeres de los pueblos que
conquistaban, pues ya hemos visto en el capítulo anterior como los estudios
genéticos muestran que dichas invasiones estaban compuestas en su inmensa
mayoría por hombres foráneos que esclavizaban a las mujeres preindoeuropeas con
fines reproductivos.
(“De la matrística al
patriarcado”, Guillermo Piquero)
El ansia de dominación que ha perdurado desde las invasiones
indoeuropeas hasta nuestros días ha llegado a tal extremo que, para evitar que
ningún miembro de la sociedad se dé cuenta y pueda desmontar los engaños, es
necesario desviar constantemente la atención y los esfuerzos. Para lograrlo, no
dudan en recurrir a las estrategias más retorcidas y ruines[3],
imitando el lenguaje de aquellos que se han atrevido a hablar o a escribir
sobre la naturaleza del sistema y a estudiar cómo eran las sociedades
matrísticas. A través de la mentira absoluta no es posible manipular a nadie,
pues sería demasiado evidente. Necesitan, por el contrario, fingir que se
oponen al sistema y que su objetivo es crear sociedades de seres humanos
libres. Pero, por muy enrevesada que sea una mentira, no es posible sostenerla
a lo largo del tiempo, así que, a pesar del uso de un lenguaje antisistema y
revolucionario e incluso de la ejecución de acciones que también lo son en
apariencia (como la reforestación), acaban mostrando sus verdaderas
intenciones, cuyo objetivo es, en última instancia, apuntalar el mismo sistema
de dominación que fingen combatir y, ya de paso, desviar la atención y la
energía de todo ser humano que tenga un mínimo potencial realmente
revolucionario. De esta manera, y como explica el blog mencionado en la nota 3,
el sistema se retroalimenta continuamente.
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Tras el estado de ánimo que provoca el desengaño, llegan la tranquilidad y la liberación. |
Aceptar el desengaño no es fácil. La primera acepción que da el DLE de esta palabra es: ‘Conocimiento de la verdad con que se sale del engaño o error en que se estaba’; y la segunda: ‘Efecto que el desengaño produce en el ánimo’. Y es que resulta doloroso descubrir que estábamos equivocados o que vivíamos engañados, y pienso que no debemos sentirnos culpables por haber creído en un proyecto o en la honestidad de una persona o de un grupo de personas. En mi opinión, la mayoría de nosotros no tenemos la capacidad de ser tan extremadamente retorcidos como aquellos que tratan de salvar el sistema a toda costa y es por ello que confiamos en la honestidad del prójimo y en las buenas intenciones detrás de un proyecto. Lo que sí tenemos es la capacidad de descubrir la verdad que oculta la maraña de palabras manipuladoras y engañosas, pues, como dicen: la mentira tiene las patas cortas y la verdad siempre acaba saliendo a la luz, con lo cual es cuestión de tiempo que nos acabemos dando cuenta de las estrategias de manipulación llevadas a cabo.
Por otro lado,
podríamos hablar del desengaño de actividades en las que estábamos involucrados
y que nos proporcionaban placer o de metas que teníamos en nuestras vidas. En
mi caso, el montaje pandémico me pilló terminando un máster que me apasionaba y
tenía la ilusión de comenzar un doctorado. Incluso habían aceptado mi
participación en un congreso para presentar la materia tratada en mi inacabado
TFM, y al que iban a asistir algunos de mis ídolos del mundo de la filología.
Mi desengaño consistió en darme cuenta de lo que realmente es la Universidad,
en la que yo creía solo en parte, al contemplar su actitud ante la farsa pandémica.
Decidí, por tanto, apartarme del mundo académico sin renunciar a seguir
estudiando por mi cuenta todo aquello que me interesa, que no es poco, pero ya
sin la guía de tutores y sin ninguno de los beneficios que proporciona
sujetarse a lo establecido, que no son más que caramelos para el ego (por
ejemplo, el reconocimiento). He ganado, eso sí, en libertad. Y es que aunque el
desengaño produce un efecto en el ánimo -como reza la segunda acepción del
diccionario-, y además un efecto de pesadumbre, se trata de un proceso
necesario por el que debe pasar todo aquel que desee verdaderamente ser libre.
Es posible que, por
ser leal a ti mismo, o por incompatibilidad con el conocimiento del que ahora
dispones, hayas tenido que renunciar a todo aquello que te convierte en una
persona “digna” a ojos del sistema (y del conjunto de la sociedad): trabajo,
estudios, distintas actividades, algunas de (o todas) tus relaciones sociales
(porque ya no te llenan, porque te rechazan, etc.)... Y, además, poco a poco
has ido renunciando también a todo falso proyecto revolucionario, solitario o
colectivo, que te proporcionaba la deliciosa sensación de “estar haciendo
algo”. Y es probable que hayas
acabado viviendo prácticamente como un marginado. A ese estado te puede haber
llevado el desengaño. Yo no sé qué nos espera a los desengañados en un futuro,
pero sí sé que la verdad es más importante para mí que los caramelos que ofrece
el sistema, aunque vengan envueltos en papelitos “revolucionarios”.
[2]
El libro Carácter y neurosis de Claudio Naranjo ofrece una interesante
síntesis sobre las consecuencias actuales del acorazamiento. Personalmente, soy
optimista en cuanto a la posibilidad de recuperar, en mayor o menor medida, el
funcionamiento organísmico original. Para ello, es importante reconocer nuestra
propia neurosis a través del conocimiento de los eneatipos y, posteriormente,
desidentificarnos de la estructura de carácter desarrollada a causa de la
carencia de madre (para entender mejor el matricidio remito una vez más a los
libros de Casilda Rodrigáñez).
[3]
En el blog www.endefensadelahumanidad.blogspot.com
se han descrito algunas de estas estrategias.
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