3/12/21

El desengaño: un gran aliado

El tiempo, las experiencias, el conocimiento o una mezcla de todos estos factores te acaba llevando al desengaño total, pues quizás ya vivías desengañado en algunos aspectos, quizás ya eras consciente de algunos elementos que fallaban en este sistema, o incluso de que todo el sistema no es más que un despropósito, una destrucción deliberada de la vida, de la cordura, del equilibrio. Pero analizaste posibles soluciones y es probable que te embarcaras en algún proyecto o movimiento revolucionario con la idea de sentar las bases para una nueva sociedad que retomase los pilares de las sociedades naturales antiguas, derruidos por aquellos que solo buscan vivir de la dominación, de la extracción sin fin, de la esclavitud en todas sus formas.

Y lo que sucedió es que, una vez más, le viste las orejas al lobo, primero; y después ya el hocico, los ojos... todo el cuerpo. Quizás no es esta la mejor analogía, qué culpa tendrá el pobre lobo de que el ser humano ya no sepa convivir con él. A este respecto, es interesante descubrir cómo fue el tránsito de las sociedades matrísticas (el concepto “matriarcal” no es del todo exacto, como explica Casilda Rodrigáñez) a la sociedad patriarcal que trajeron las invasiones indoeuropeas[1]. Un tránsito no provocado por un proceso o evolución natural. Parece que las comunidades matrísticas fueron primero cazadoras-recolectoras y, más adelante, se hicieron sedentarias y se dedicaron también a cultivar la tierra. En cambio, los indoeuropeos eran pueblos nómadas que pronto comenzaron a domesticar animales, convirtiéndose en pastores. Parece que esta domesticación les sirvió como ensayo para instaurar el sistema de dominación a través de la represión de la sexualidad femenina, de la que es parte el deseo materno, y, en consecuencia, de la represión de las criaturas humanas, cuyo funcionamiento organísmico, basado en el placer, en el libre fluir de los deseos y en el derramarse, fue sometido al acorazamiento, el cual se fue haciendo cada vez más complejo hasta llegar a la terrible situación que vivimos hoy, ya insostenible[2].

Esta ganadería nómada supuso un trascendental cambio evolutivo con respecto a las “técnicas de acecho” del cazador paleolítico, ya que mientras éste último seguía o esperaba las grandes migraciones de herbívoros para su caza, el pastor nómada ya no sigue a la manada, sino que la dirige, se adueña de ella. Aparece de este modo por primera vez en la historia humana el concepto de apropiación (de la naturaleza): "esta vida (animal) es ahora mía."

Así, si hacemos un esfuerzo de empatía e intentamos percibir el mundo desde la perspectiva animista de las cosmovisiones arcaicas, doblegar la “fuerza” o el “espíritu” de un animal para crear manadas de animales domesticados, suponía quebrantar, romper de facto el vínculo ancestral y sagrado entre animales y humanos que había pervivido generación tras generación desde el principio de los tiempos a través de la espiritualidad naturalista paleolítica.

(...)La ganadería es por otra parte un sistema de dominación, de por sí, netamente patriarcal, pues implica una explotación de las hembras con fines reproductivos y para la extracción de su leche. Parece claro que dichas técnicas de dominación eran muy similares a las que indoeuropeos y semitas aplicaron sobre las mujeres de los pueblos que conquistaban, pues ya hemos visto en el capítulo anterior como los estudios genéticos muestran que dichas invasiones estaban compuestas en su inmensa mayoría por hombres foráneos que esclavizaban a las mujeres preindoeuropeas con fines reproductivos.

(“De la matrística al patriarcado”, Guillermo Piquero)

 

El ansia de dominación que ha perdurado desde las invasiones indoeuropeas hasta nuestros días ha llegado a tal extremo que, para evitar que ningún miembro de la sociedad se dé cuenta y pueda desmontar los engaños, es necesario desviar constantemente la atención y los esfuerzos. Para lograrlo, no dudan en recurrir a las estrategias más retorcidas y ruines[3], imitando el lenguaje de aquellos que se han atrevido a hablar o a escribir sobre la naturaleza del sistema y a estudiar cómo eran las sociedades matrísticas. A través de la mentira absoluta no es posible manipular a nadie, pues sería demasiado evidente. Necesitan, por el contrario, fingir que se oponen al sistema y que su objetivo es crear sociedades de seres humanos libres. Pero, por muy enrevesada que sea una mentira, no es posible sostenerla a lo largo del tiempo, así que, a pesar del uso de un lenguaje antisistema y revolucionario e incluso de la ejecución de acciones que también lo son en apariencia (como la reforestación), acaban mostrando sus verdaderas intenciones, cuyo objetivo es, en última instancia, apuntalar el mismo sistema de dominación que fingen combatir y, ya de paso, desviar la atención y la energía de todo ser humano que tenga un mínimo potencial realmente revolucionario. De esta manera, y como explica el blog mencionado en la nota 3, el sistema se retroalimenta continuamente.

Tras el estado de ánimo que provoca el desengaño,
llegan la tranquilidad y la liberación.

Aceptar el desengaño no es fácil. La primera acepción que da el DLE de esta palabra es: ‘Conocimiento de la verdad con que se sale del engaño o error en que se estaba’; y la segunda: ‘Efecto que el desengaño produce en el ánimo’. Y es que resulta doloroso descubrir que estábamos equivocados o que vivíamos engañados, y pienso que no debemos sentirnos culpables por haber creído en un proyecto o en la honestidad de una persona o de un grupo de personas. En mi opinión, la mayoría de nosotros no tenemos la capacidad de ser tan extremadamente retorcidos como aquellos que tratan de salvar el sistema a toda costa y es por ello que confiamos en la honestidad del prójimo y en las buenas intenciones detrás de un proyecto. Lo que sí tenemos es la capacidad de descubrir la verdad que oculta la maraña de palabras manipuladoras y engañosas, pues, como dicen: la mentira tiene las patas cortas y la verdad siempre acaba saliendo a la luz, con lo cual es cuestión de tiempo que nos acabemos dando cuenta de las estrategias de manipulación llevadas a cabo.

Por otro lado, podríamos hablar del desengaño de actividades en las que estábamos involucrados y que nos proporcionaban placer o de metas que teníamos en nuestras vidas. En mi caso, el montaje pandémico me pilló terminando un máster que me apasionaba y tenía la ilusión de comenzar un doctorado. Incluso habían aceptado mi participación en un congreso para presentar la materia tratada en mi inacabado TFM, y al que iban a asistir algunos de mis ídolos del mundo de la filología. Mi desengaño consistió en darme cuenta de lo que realmente es la Universidad, en la que yo creía solo en parte, al contemplar su actitud ante la farsa pandémica. Decidí, por tanto, apartarme del mundo académico sin renunciar a seguir estudiando por mi cuenta todo aquello que me interesa, que no es poco, pero ya sin la guía de tutores y sin ninguno de los beneficios que proporciona sujetarse a lo establecido, que no son más que caramelos para el ego (por ejemplo, el reconocimiento). He ganado, eso sí, en libertad. Y es que aunque el desengaño produce un efecto en el ánimo -como reza la segunda acepción del diccionario-, y además un efecto de pesadumbre, se trata de un proceso necesario por el que debe pasar todo aquel que desee verdaderamente ser libre.

Es posible que, por ser leal a ti mismo, o por incompatibilidad con el conocimiento del que ahora dispones, hayas tenido que renunciar a todo aquello que te convierte en una persona “digna” a ojos del sistema (y del conjunto de la sociedad): trabajo, estudios, distintas actividades, algunas de (o todas) tus relaciones sociales (porque ya no te llenan, porque te rechazan, etc.)... Y, además, poco a poco has ido renunciando también a todo falso proyecto revolucionario, solitario o colectivo, que te proporcionaba la deliciosa sensación de “estar haciendo algo”. Y es probable que hayas acabado viviendo prácticamente como un marginado. A ese estado te puede haber llevado el desengaño. Yo no sé qué nos espera a los desengañados en un futuro, pero sí sé que la verdad es más importante para mí que los caramelos que ofrece el sistema, aunque vengan envueltos en papelitos “revolucionarios”.

 

*Para mí, esta escena de la derrota final de Don Quijote no representa la renuncia a su ideal, tan genuino como el de muchos de nosotros, sino las consecuencias del engaño y las burlas de Sansón Carrasco y de todos aquellos que desprecian y no comprenden los anhelos quijotescos. Se trata del muro con el que nos encontramos cuando decidimos ser desde lo más profundo de nosotros y no desde los convencionalismos temporales. Tras la dura caída, despertamos con Alonso Quijano a la realidad de que nuestros actos no han servido ni pueden servir para recuperar esa Edad Dorada (Dichosa edad y siglos dichosos aquellos...). Y con esto no quiero decir que sea una utopía, pues ha durado más que los escasos milenios en los que ha predominado el sistema de dominación. Me refiero más bien al hecho de que el camino que hemos elegido no es el correcto, debido al ejército de Sansones Carrasco que impiden a toda costa y, como he mencionado, de maneras muy retorcidas, que la máquina de la dominación y la represión se pare. No importan los reinicios que sea necesario ejecutar, no importan las palabras mágicas que deban usar en cada época para convencer a una gran mayoría de que su sistema es el mejor posible (se ha llegado a afirmar muchas veces desde el más perverso cinismo que el capitalismo está acabando con el hambre en el mundo, lo cual es el colmo de la manipulación), ya que despojan a esas palabras de su contenido real (un recurso que se llama selección léxica) y las asocian a ideas reduccionistas para generar determinadas reacciones emocionales. Lo importante para ellos es que la máquina siga funcionando, pase lo que pase. Y para ello tienen que desviar a Don Quijote hacia falsas aventuras diseñadas por ellos y así lo tienen entretenido y deja de suponer un peligro, no siendo que la buena gente con la que se topa durante sus andanzas se acuerde de que, lejos de ser una utopía, la Edad Dorada fue disfrutada durante mucho tiempo por sus antepasados.



[2] El libro Carácter y neurosis de Claudio Naranjo ofrece una interesante síntesis sobre las consecuencias actuales del acorazamiento. Personalmente, soy optimista en cuanto a la posibilidad de recuperar, en mayor o menor medida, el funcionamiento organísmico original. Para ello, es importante reconocer nuestra propia neurosis a través del conocimiento de los eneatipos y, posteriormente, desidentificarnos de la estructura de carácter desarrollada a causa de la carencia de madre (para entender mejor el matricidio remito una vez más a los libros de Casilda Rodrigáñez).

[3] En el blog www.endefensadelahumanidad.blogspot.com se han descrito algunas de estas estrategias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario