Desde que comenzó el montaje pandémico, se ha propuesto en
algunos medios alternativos la ley natural como una herramienta para la
liberación de las garras del sistema. No es mi cometido en esta breve reflexión
juzgar su eficacia en situaciones específicas, sino que lo que pretendo es
mostrar el error y ocultamiento en el que, a sabiendas o no, se está cayendo.
La clave está en el adjetivo ‘natural’. Una vez más, nos
encontramos con la manipulación más frecuente: la lingüística. En este caso, no
diría que se trata de selección léxica, recurso que sí que se utiliza en
palabras como comunismo, a las que se
despoja de su significado real para asociarlas con un contenido simplista y
visceral ajeno a la realidad que verdaderamente denotan[1]. Lo que
se intenta aquí es hacer pasar por natural algo que no lo es, sino que ha sido
creado por el sistema de dominación; se trata, por tanto, de algo artificial.
Además, si vamos un poco más allá, podríamos incluso afirmar
que el sintagma ‘ley natural’ es un oxímoron, pues lo natural en los seres
humanos es la autorregulación, y antes de quebrarla (deliberadamente) para
fabricar esclavos y guerreros al servicio de la realización de los patrimonios,
los seres humanos no se organizaban en torno a ninguna ley, sino a sus propios
impulsos libidinales.
La simbiosis y la
asociación de las formas de vida es la definición misma de la vida. Lo que dijo
Kropotkin hace muchos años, hoy la biología celular, la microbiología y la
genética lo han confirmado.[2]
La ley se introduce justamente para llevar a cabo la
represión de la libido. Y, junto a esta, se crean las religiones y mitos
patriarcales, un gran aparato propagandístico para facilitar la tarea a través
del control de la psique. Una de estas religiones es la cristiana. La autoridad
máxima de la misma es Jehová, quien entregó a Moisés las Tablas de la Ley con
los Diez Mandamientos que el pueblo hebreo debía cumplir. Casilda Rodrigáñez ha
dedicado parte de su obra a explicar el sentido de leyes como esta, el Código
de Hammurabi, etc. y su estrecha relación con la represión de la sexualidad, el
matricidio y el sometimiento de las criaturas humanas. La ley, el mismo
concepto de ley, tiene la función, entonces, de lograr el desarrollo de la
coraza neuromuscular (Wilhelm Reich) en los seres humanos para primero
instaurar y después perpetuar el sistema de dominación, el mismo sistema de
dominación que hoy ha tomado la forma de dictadura sanitaria, el mismo sistema
de dominación protegido por las leyes constitucionales de los distintos estados
y el mismo defendido por los derechistas que se han apropiado de la oposición a
la farsa pandémica.[3]
Los divulgadores de la ley natural nos cuentan que esta
herramienta está basada en la Biblia y en los Diez Mandamientos y que un ateo
no puede usarla para defenderse, porque esta ley emana de Dios y, para que sea
efectiva, hay que declararse su hijo. El autor de la creación, según esta
perspectiva, es el que decide, puesto que lo ha creado, por qué reglas ha de
regirse el hombre. Es evidente que algunos de los postulados de la ley natural
coinciden con las características de la autorregulación y la organización
(ella sí) natural de los seres humanos, pero precisamente aquí radica la
trampa: en mezclar y confundir los términos para ocultar nuestra verdadera
naturaleza, nuestros orígenes. Igual que el mito de la expulsión del Edén a
causa del pecado original oculta la existencia real del Paraíso, no como lugar,
sino estado psíquico y social de los seres humanos antes de la dominación, y
oculta asimismo la represión (la “mala” es la serpiente, que simboliza la
sexualidad femenina reprimida), también el hecho de presentárnosla como natural
nos oculta el origen de la ley, que conllevó la destrucción de la libre
organización de las criaturas humanas, la ruptura de su vitalidad, el
matricidio, la expoliación, la división de la sociedad en clases sociales...
Es como si incendian un bosque y luego dicen que nunca hubo
otra cosa más que el desierto, y nos borran de la memoria el bosque y el
incendio devastador. Por eso siempre ha habido una mitología de los orígenes,
para ocultar los paraísos perdidos y establecer la guerra y el fratricidio y el
Poder como consustanciales a la condición humana. Así construyen la Realidad.[4]
[1]
Los propagandistas del capitalismo, para proteger el sistema que les ofrece
privilegios, se han encargado durante mucho tiempo de acusar al comunismo
precisamente de aquello que provoca el sistema capitalista: pobreza, hambre,
control... Como es obvio, pues no están hablando del significado real de la
palabra, tampoco hacen distinciones entre marxismo, estalinismo,
anarcocomunismo, socialismo utópico, socialismo científico... Eso llevaría a
las personas a investigar sobre las distintas corrientes, los distintos
autores, y entonces saldrían de las emociones de miedo y odio que los
propagandistas buscan causar en sus oyentes/lectores.
[2]
El asalto al Hades, Casilda
Rodrigáñez. Los medios de comunicación, también propagandistas del capitalismo,
siguen difundiendo los mismos dogmas de herencia liberal que se impusieron en
el siglo XIX, a pesar de que ya han sido superados.
[3]
El blog www.endefensadelahumanidad.blogspot.com
ha dedicado varios artículos a desmontar a esta falsa disidencia derechista que
ha copado los espacios contrainformativos.
[4]
El asalto al Hades, Casilda
Rodrigáñez.
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