Vivía
en una cárcel y no lo sabía, porque en las paredes estaban
proyectadas imágenes semi agradables con sonidos, olores... Hasta
que una persona me abrió la puerta y me mostró el mundo de verdad,
la felicidad. Quise salir, pero nada más poner el pie fuera, sentí
cómo el Sol me quemaba, hiriendo mi cansada piel, así que volví a
mi zulo.
Pero
ya me había picado el gusanillo, y curé con amor pero de manera
tajante las heridas más grandes, y así deshice unos cuantos
barrotes. Y traje a mi vida una nueva posibilidad de salir de la
cárcel. Se presentó magnífico y hermoso y así era. Comencé a
experimentar mi verdadero ser, hasta que... algo comenzó a tirar de
mí, porque algo aún estaba podrido en mi interior. Seguía
encadenada, sí, la cadena era larga, tanto que me había permitido
ir lejos, pero ahí estaba y no encontraba la llave.
Tuve
la opción de pedir ayuda para cortar la cadena de una vez por todas,
pero no lo hice. Elegí regresar a mi prisión sin saber que, al
desaparecer esas imágenes proyectadas, me encontraría la verdad de
mi podredumbre: un zulo lleno de ratas, donde no se puede respirar. Y
como el aparato de proyectar aún funcionaba a medias, llené mi
elegida soledad de alguna que otra ilusión, pero esta vez sabiendo
que eran falsas.
Ahora
puedo ver el asunto desde todos los ángulos, milagrosamente, y
también percibo un hilo de realidad, de libertad, las primeras
letras del conjuro que deshará estas cadenas que son mi propia
creación, pero para ello he de ahogarme en todo el dolor que había
encerrado en la cárcel, para salir juntos nadando y que la fuerza de
liberar mis emociones reprimidas sea una enrome ola que me lleve por
fin al lugar que es mi lugar, y que la sal deshaga las paredes de mi
zulo y allí crezca un bosque sagrado.
Mientras
llega ese momento acaricio el suave hilo de mar que fluye de mis
entrañas, sabiendo que todo acabará, perdonando mi insensatez,
dejando que el pasado en el que vivo se funda con todo mi tiempo, el
perdido y el disfrutado.
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