Parece que no he estado lo suficientemente rota, parece que
nunca he cosido mis pedazos tras buscarlos por el suelo. Parece que años
devorando un cuervo pintado mis entrañas no han servido de nada. Como si el
eco deforme de mis sucesivos portazos no hubiese dejado a esos esbirros del
antisilencio haciendo surcos en mi mente, en mis mejillas. Como si no hubiera
soplado nombres sagrados cuyos restos pateó la niebla.
Tan acostumbrada al desierto que reniego sin querer de bosques;
tan amoldada mi alma a bloques de hielo que no me atrevo a mirar de frente el
sol. Y siguen las nubes manejando los hilos secos, porque son nubes vacías. Y
mis manos sin tocar el río, anhelando el velero que espera en el mar. Y esa niebla
que quiere verme rota se coloca en medio, me escupe en el pecho, siempre,
siempre inmisericorde, lanzando tempestades, amarrando mi cuerpo hasta que el
velero decida huir, y vuelvan los desgarros, el eco de los portazos, las grietas
en el rostro, el hambre de plástico muerto.
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