Otro día que se me enredan las palabras y no consigo darles
forma, como si la pintura del artista se disparara sin control y se estampara en
el lienzo en un aquelarre de color. Sin medir el compás, sin cuidar la armonía,
ignorando la aurea mediocritas.
Quizás sea porque este velo no acaba de caer, por más que me esfuerzo. Tal vez
ni siquiera sé cómo debo esforzarme y todo lo que hago es intentar enroscar un
tornillo con una llave inglesa.
El velo, no solo aquí. El velo ¿todavía hecho de niebla? ¿No
he escapado aún? Las palabras, las otras, las de la carne y el pecho (si es que
seguramente sean las mismas) se quedan adentro, y no dejo que el fuego mueva el
cuerpo y que tus ojos vean. Me cubro y me paralizo. ¿Por qué? ¿Y cómo escapar?
Siempre este monstruo en mi cabeza azuzándome para que huya.
Y las alas enfrentándose a cada tormenta, aun aprisionadas con el velo. Y mi
piel, sin embargo, anhelando el vuelo libre, sea entre brisa o tempestad.
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