9/4/19

Estaba equivocada

(Apuntes sobre el individualismo en lo social y en lo afectivo)

A veces este mundo me parece una fábrica de humo de colores, de luces de discoteca, de paraísos de cartón que nos embelesan y nos distraen de la vida. Pero ¿qué es la vida? ¿qué es vivir? No soy quién para predicar mi pensamiento ante los demás despreciando el suyo. Quizás mi camino no es el camino correcto, quizás otros sí viven y mi definición de vida es también una quimera. Y aun así, si tomamos una decisión con base en el resultado de la introspección y el análisis profundos de nuestra situación actual, de nuestras circunstancias presentes y pasadas, de nuestra experiencia y la observación de lo que nos rodea, buscando el difícil equilibrio entre la objetividad y la subjetividad, hemos de ser coherentes con tal decisión, pues eso no impide que seamos flexibles a la hora de mejorar o corregir nuestro análisis y sus consecuentes nuevas decisiones. Esto sucede porque pensamos y porque estamos abiertos a cambiar nuestra forma de ver las cosas. Sí que podemos tener unos principios morales (siempre fruto de nuevo de nuestra reflexión y elección) que sean inamovibles, como el respeto al prójimo y otras virtudes humanas esenciales. Pero evidentemente somos seres en constante construcción. Tenemos emociones y pensamientos que a veces nos arrastran hacia donde no queremos (nos controlan), tenemos vivencias duras, tenemos la capacidad de análisis, de cierta objetividad, tenemos voluntad y la posibilidad de llevar a cabo cambios en nuestra actitud.

He basado mi vida hasta ahora en dos pilares: 
  • La búsqueda (activa y no solo teórica) de mi verdad interior y de la verdad del mundo y de las cosas en la medida de lo posible.
  •  El disfrute sensorial y espiritual: la belleza de los paisajes, de la música, de las fragancias, de la poesía, del amor erótico... Teniendo en cuenta que la vida también conlleva sufrimiento. Este punto, junto con el anterior, me ha llevado a mi afición primordial, que es la creación literaria.
Pero he dejado de lado un aspecto esencial, que es el del afecto y las relaciones humanas. Ha sido una decisión consciente, aunque basada en duras experiencias desde la infancia, que ha venido impulsada además por una incapacidad de aceptar las conclusiones a las que llega el experimento de Solomon Asch: el conformismo con respecto al grupo. Siempre mis ideas propias han primado sobre las creencias colectivas, y ni siquiera entre personas con las que compartía mentalidad, lo he llegado a hacer al cien por cien (algo que no es posible, obviamente).

El hecho de tener un pensamiento siempre tan distinto al resto, me ha llevado a una situación de cierto aislamiento social con episodios de mayor o menor intensidad a lo largo de los años. Y aun así, en todos esos episodios he mantenido relaciones afectuosas con personas cercanas, en las cuales ha habido algo tan simple y necesario como son los pequeños favores del día a día. Yo nunca he sido una persona de las que se quejan por hacer favores y que no te los devuelvan, por ser mis relaciones poco numerosas, pues siempre me he alejado, a veces por razones injustas, de todos aquellos con quienes no me sentía cómoda. Esto reduce significativamente el número de favores que te piden. Además, siempre he tenido tendencia a evitar pedir yo favores. Y a esto hay que sumarle un incomprensible sentimiento de estar en deuda con los demás.

Pero la situación empeoró cuando pasé de un cierto aislamiento social al aislamiento afectivo casi total debido a situaciones de un fuerte desgarro emocional. Inmersa en él, tomé una decisión firme: la de no depender de nadie en ningún aspecto de mi vida (no necesitar ningún favor, apañarme yo sola para todo). Al principio me sentía muy orgullosa de mí misma, aumentó mi autoestima, etc. Conocí las verdaderas consecuencias de mi decisión cuando la vida, a través de los sentimientos, me puso delante la oportunidad de establecer de nuevo vínculos. Y descubrí que ahora estaba incapacitada, que había algo que no me dejaba, un muro, unas cadenas. Comenzó entonces una batalla dentro mí, porque había dos fuerzas opuestas que querían guiar mis pasos y dominar mi lenguaje y mis manos. Yo deseaba establecer libremente ese vínculo, pero durante el aislamiento afectivo había creado una bestia en mi interior que tenía poder sobre mí. La única salida que me quedaba era sacar más fuerzas de las que creía tener. Y el empujón definitivo para hacerlo vino del consejo de una persona que además me recomendó la visualización del documental "La teoría sueca del amor". Fue entonces cuando me di cuenta de que había tomado la decisión incorrecta, que tener pensamiento propio y no dejarse absorber por la mentalidad grupal es compatible con la existencia de vínculos afectivos y sociales (me refiero, respectivamente, a relaciones más íntimas y otras un poco más lejanas, pero cordiales e igualmente necesarias), y que tales vínculos conllevan una interdependencia, no solo en los aspectos más tangibles (los favores del día a día que comentaba), sino también en algo que antes consideraba trivial como la compañía, y en el amor.

Esto sí que me parece esencial. Mis primeros noviazgos fueron relaciones de "dependencia negativa", por darle un nombre, en las que el abuso psicológico era lo normal. Tras salir del estado de dependencia emocional y conocer otro tipo de relaciones, construí mi verdad sobre este aspecto en la creencia de que en el amor hay que ser independiente, es decir, no hay que necesitar a nadie, que se puede ser feliz por uno mismo. Y no es del todo incierto. Es necesario tener un espacio de libertad interior y tener desarrollada la personalidad, pero obviamente necesitamos el amor de los demás e influyen en nuestra felicidad, al igual que nosotros influimos en la suya, por lo que es muy importante que sepamos tratar al otro correctamente (mediante la empatía).

Es algo que resulta evidente, y sin embargo, estamos consumiendo este humo de colores que es la idea de la independencia afectiva que se nos trata de vender. Pienso que hay un interés detrás. Si se favorece tanto el individualismo, el hedonismo mal entendido que nos ofrece el capitalismo feroz, es porque nos quieren solos y amargados. Si se destruye el sistema de apoyo mutuo (material y afectivo), nos volvemos independientes de la gente y dependientes del Estado.
 


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