12/4/19

"La peste", un libro humanista


La realidad que se nos presenta en las primeras páginas de la segunda novela de Albert Camus es desoladora: un mundo vacío, donde el individuo vive en soledad interior. Se nos dice: “la ciudad, en sí misma, (...) es fea” y se nos menciona el “aspecto frívolo de la población y de la vida”, pues se vive por costumbre.

Sin embargo, el narrador no se deja arrastrar por el estado del escenario que describe. Enseguida comienza a mostrar escenas en las que se va a centrar a lo largo de su crónica: las de amor. Un amor que pronto va a ser obstaculizado por la epidemia de peste que sufre la ciudad de Orán y por las medidas que se tienen que implementar y que sumen a la ciudad en el aislamiento. De repente, las familias y las parejas de amantes se encuentran separadas e incomunicadas, ya que ni siquiera se permiten las cartas y telegramas. 

La muerte se extiende sin freno y ni las medidas ni el esfuerzo empleados son suficientes. Ante esta situación, existe una reacción que acepta lo que sucede, pues se considera que proviene de la voluntad de Dios y que es fruto del pecado; por lo tanto, es necesario resignarse. Y, opuesta a ella, está la postura que rechaza todo lo que haga morir o lo justifique. Los protagonistas de esta historia, y a su vez, cronistas, luchan contra la muerte en la medida de sus posibilidades.

Ellos son el médico Rieux y Tarrou, un hombre de curiosa personalidad y cuyas notas usa el narrador para contar los hechos. Dicho narrador nos habla en realidad a través de las crónicas de otro narrador que “será conocido a su tiempo”, lo que se nos recuerda durante casi todo el relato y nos mantiene en suspense. Pero no es esto lo más notable de la novela.

Camus consigue tocar el corazón del lector, no de una manera suave y superficial, como una canción simplona, sino de modo punzante, poniéndonos delante la realidad, mostrándonos siempre el lado humano de la situación. Y esto lo hace porque el narrador dice explícitamente que va a mantenerse el margen de lo que cuenta. No hay valoraciones personales. Conocemos a los enfermos, sobre todo, a través de Rieux. Y al conocer su enfermedad, se nos habla también de sus historias de amor, de sus esperanzas e inquietudes. Pero no solo las de los que han contraído la peste. También conocemos el sueño de Grand, que trata de encontrar las palabras adecuadas para su obra; o el de Rambert, un periodista que se queda atrapado en la ciudad y separado de la mujer a la que ama.

La peste es, en realidad, una metáfora de aquello que infecta al ser humano y constituye uno de los asuntos principales que trata la novela, además del amor, que ya hemos citado. “Cada uno lleva en sí mismo la peste”. Por eso Tarrou, que ya había conocido la infección anteriormente en otra de sus formas, trata de no infectar a nadie: “Al fin comprendí, por lo menos, que había sido yo también un apestado durante todos esos años en que con toda mi vida había creído luchar contra la peste”; “Sé únicamente que hay que hacer todo lo que sea necesario para no ser un apestado”. Y la manera de hacerlo en el momento de la narración es dedicando su tiempo y sus fuerzas a atender a los enfermos, tarea a la que se suma incluso uno de los personajes que sí que aceptan la muerte.

Al principio, la imagen que se nos da de Tarrou es la de un hombre con el corazón seco, y por eso nos descolocan su actitud y sus palabras en el resto del relato. Sin embargo, pronto entendemos que son las situaciones vividas las que le han dejado esa huella, como le pasará a Rieux, de quien se nos dice que le empieza a invadir la indiferencia: “su corazón se cerraba sobre sí mismo”. Es cierto que no actúa con patetismo: en una de las muertes más trágicas, la de un niño, no hay reacciones apasionadas por parte de Rieux y el resto de personas presentes; pero no se trata de indiferencia como sinónimo de dejadez. Rieux simplemente hace lo que tiene que hacer, no porque se lo imponga una religión o lo obligue alguien, sino por propia voluntad. Es el hombre el que se hace a sí mismo.

La novela termina de una manera paralela a como empieza: si al principio se nos habla de “esta ciudad sin alma”, ahora se nos dice: “este mundo sin amor es un mundo muerto”. Y nos cansamos tanto de las injusticias que al final solo exigimos “el rostro de un ser querido y el hechizo de la ternura en el corazón”.

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