Derribando pseudosoles de cartón, con esta suavidad de últimamente.
Alejándome de los rayos que acarician mis pétalos porque no sé si al mismo
tiempo se secan mis raíces. No, no sé qué pasa con mis raíces. Las intento conectar
a la red universal que alimenta el viento y enfurece y calma las olas. Y
persigo esa misma electricidad en unos ojos, en la brisa de un velero que se
acerca a mi puerta como por casualidad. Y no, no sé si acabaré desgajada en
húmedas trizas que no apagan la sed, por confundir el susurro de las estrellas
con la ronquera de un faro; y titilando lenta en medio de un cielo apagado,
bajo un sol bizco, borracho de mentiras.
Sí sé que mis pasos son vendaval apasionado por el sabor de
los precicipios, porque son los únicos que esconden edenes.
O no. O está el paraíso en dulces adanes que me parecen
soles de cartón, serenos labios que rozan con ternura mis pétalos, o que
escupen cadenas cuando me descuido.
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