Dejé caminos ciegos, fui derribando los muros, derritiendo
el cristal de los desiertos. Luché contra la espesura, guiada siempre por el
hilo que a veces se sumergía.
Hoy mis pasos son más libres, aunque a veces los atrapan
enredaderas de plástico. Y sigo mirando el sol, las manos de la ninfa, y a
veces duermo y se pierde entre las nubes.
Y anhelo pupilas, ventanas; y se acercan mis labios a
edenes; y suspira Febo y se esconde, a veces huye, a veces se sienta a
esperar. Y miro sus pies y su pecho, que suenan también enredados en látigos de
humo.
Y huele a brillo que no alcanzo, y regreso al prado sin
amapolas, al lago sin corrientes profundas, al lecho donde se duerme sin soñar.
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