13/12/20

A un hombre humano, a una mujer humana

Tejí silenciosa el espejo roto en los ojos del pajarillo. Concentrada en la tarea, se fundió mi palpitar con el grito de los raíles. Las dos ventanas tristes danzaban sobre el blanco perenne que arrastró su pecho lejos de las barbas de fuego. Barbas imperfectas, a veces ruines... pero ella solo sabía del calor ausente.

La envolvió la nieve del tren de la vida. A su lado, lágrimas de piedra, belleza derretida, enredada en la incomprensión, en la mentira de afuera; ira justa, que tanto tardé en comprender.

Beso la cumbre desde los pulmones de un melancólico Neptuno. Vuelve el tren, lo pinto de colores con mis pestañas.

Las barbas eran de un hombre humano; las lágrimas, de una mujer humana.

Ahora comprendo en la cumbre y me subo a mi propio tren.

Ahora entiendo y perdono.

Ahora sé y me perdono.

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