5/12/20

Lo innombrable

Pensé que, de darse, se trataría de un vacío no natural, un vacío resultante del fracaso.

Sumergida a diario en el acontecer, con sus llanuras y sus picos, no es fácil percibir eso, lo innombrable (porque no sabemos nombrarlo o porque el programa nos lleva a rechazar la palabra mientras nuestra naturaleza humana nos hace anhelar su contenido). Solo al aparecer la posibilidad, comprendí lo necesario que es para mí (para todos los seres humanos: la mayoría lo sabe; otros “decidimos” ignorarlo).

Una presencia cálida, ya casi siempre de espaldas, ya sin cubo y pala, sin visitas al parque, sin... todo aquello que he desterrado (¿para qué recordar?). He huido de ese concepto absurdo que nos inculcan, absurdo y dañino porque te llena de expectativas que no sabes cumplir. Exceso de juicio y críticas, de golpes disfrazados de consejos “por tu bien”. Y al final descubres que ese rol es solo un engaño: uno de los mayores parásitos que asolan las cabezas de la colectividad.

Pero al escapar del concepto, me he exiliado de eso. Quizás porque no supe mantenerlo. Quizás porque lo mezclé (somos alma y ego, y el ego es la ejecución de nuestra programación inconsciente) con el Robespierre que ruge en mis entrañas.

Desconozco la solución lógica. Si has estado regando una planta a la vez con agua y con amoniaco, quizás el único modo de hacer que se recupere sea darle lo que necesita y esperar, pero no puedes dárselo, porque no tienes agua pura, tu sol se queda sin pilas cada poco tiempo y, además, Robespierre sigue viviendo en ti.

Al menos has reconocido eso por unos minutos. Y ahora que por fin has vuelto a verlo, eres consciente de que existe una importante posibilidad de que huya de ti. ¿Y qué esperas, cuando tú misma lo has desterrado?

No podías hacer otra cosa, está claro. Robespierre es una comunidad de piojos que han encontrado un hogar agradable en ti. No se va a ir tan fácil. Y en los momentos de debilidad, es tu titiritero.

Ahora sabes que te importa lo innombrable, que lo tuviste, que lo ofreciste con toda la potencia de tu sangre colonizada.

Pero el invierno intermitente ha rasgado los colores. No consintió el brillo en los ojos, la dulzura en la voz, las explicaciones sosegadas. No permitió la cálida rutina que compone los muros de un hogar. No permitió un hogar.

¿Y qué se hace entonces con la planta? ¿Qué se hace con el anhelo de lo innombrable y el repudio de su nombre? ¿Qué se hace con la conciencia del posible vacío?

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