7/12/20

La flor marchita

La flor siempre estuvo. Oculta entre escombros, sintiéndose un pedazo sombrío de lo que veía a su alrededor.

La savia golpeaba armónicamente para hacerse notar. Alguna mariposa apareció, y elevaba su vuelo, inalcanzable.

Cómo puedo ser, cómo puedo dejar de ser alquitrán perenne y viejo.

Aprendió a correr, aprendió a nadar a contracorriente. Memorizó técnicas de vuelo... siguió siendo brea.

Su voz se empañaba, las heladas paredes del laberinto marchitaban sus pétalos.

Llegó al centro, besó al Minotauro. Creyó haber descubierto los secretos de la alquimia mientras la bestia continuaba habitando sus entrañas.

Perdió la mirada, perdió la piel, perdió los atardeceres que tapizaban su cuerpo.

Perdió

No he perdido nada. Sigo siendo el mismo eterno fracaso.

Sí los perdió, pero solo ante sus ojos; no escogía bien sus espejos y el charco al que se asomaba estaba enturbiado.

No se veía. No percibía su fragancia. Se creyó desde los inicios un conjunto de ruinas, pero no de aquellas que admiran los historiadores.

Le falta comprender que algo nubló su vista y que, en realidad, no hay necesidad de alquimia. Que sus pétalos no están marchitos, que el verde reluce palpitante, que las abejas buscan su néctar. Pero no puede oír su zumbido.

¿Cuándo despertará de su sueño? Será el rocío, y no las lágrimas, quien limpie sus ojos.

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