Un salón cualquiera de un
hogar español cualquiera, en una tarde cualquiera después de la jornada
laboral.
RAMÓN. Estoy cansado de ese estúpido que vive en frente. Se
pasea por ahí pasando de todo, como si la cosa no fuera con él. Y lo peor es
que va de educado. Que si hola, que si buenas tardes... Pero
luego, cuando me ve a mí, se hace el sueco. El otro día le hice un gesto para
decirle oye, que hay que cumplir las normas, pero el tío ni cuenta se
dio, es que ni me miró. Siguió su camino tan ancho. ¿A ti te parece normal? Es
que no hay manera con él.
SILVIA. Siempre estás con lo mismo, Ramón. A lo mejor está exento.
¿No sabes que las normas tienen sus matices? No creo que sea para tanto.
RAMÓN. ¿Te estás poniendo de su parte? Esto no me lo esperaba
de ti. ¿No te das cuenta de que las normas las tenemos que cumplir todos? ¿Para
qué están entonces? ¿Para que cualquier paleto se las salte?
SILVIA. Ramón, las normas son orientativas. Lo que cuenta es
el sentido común y qué quieres que te diga, ese chaval siempre ha dado muestras
de tenerlo. Lleva viviendo aquí doce años y, en ese tiempo, nunca ha tenido problemas
con nadie.
RAMÓN. ¡¿Que no?! Una vez la señora Remedios le tuvo que
pedir que bajara la música.
SILVIA. Sí, hijo mío, y si hablaras directamente con la gente
en vez de enterarte de los cotilleos en el bar, sabrías que el muchacho bajó la
música enseguida ¡y se disculpó! Lo sé por la propia Remedios. Mira, lo que yo creo
es que deberías dejar de darle tanta importancia al asunto. Porque ¿a ti qué
más te da lo que haga la gente?
RAMÓN. Mira, Silvia, me parece que le estás hablando de una
manera poco adecuada a tu marido.
SILVIA. ¿Yo? ¿Y por qué te estoy hablando yo mal? ¡Será
posible! ¿Sabes lo que te digo? Que hoy soy yo la que se va al bar, y que si
quieres la cena, te la haces tú solito.
Se oye un portazo y, después,
el silencio más absoluto.
RAMÓN. (Con cara de tonto) Qué carácter tiene esta
mujer.
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