8/12/13

¿Por qué lo llamo "mi" daimon si no me pertenece?

Ni me pertenece ni me perteneció en su momento, pues fue él quien decidió compartir aquellos años de verde y marrón a mi lado. En realidad es el ser más libre que conozco.

Le llamo "mi" daimon porque he elegido que sea su esencia la que me inspire, como cuando dices "esta es mi canción", y la canción no es de tu posesión, pero es la que te hace soñar, la que te lleva a un mundo en el que te sientes más tú.

También me preguntaste ayer que por qué se separaron durante un tiempo nuestros caminos. ¿Sabes? Los humanos y los dáimones tenemos vidas muy diferentes, y las cuestiones cotidianas pueden alejarnos de aquello que nos importa, de lo que en verdad nos alimenta. Hoy sé que fue una decisión errónea, pero no puedo cambiar el pasado. Mi daimon no es rencoroso y, aunque a veces no comprende las emociones humanas, sabe que no lo hice con la intención de causar un daño. Soy yo quien debo hacer un gran esfuerzo por perdonarme. Los dáimones no entienden el tiempo como nosotros. A nosotros nos quema el pasado y nos da dolor de cabeza el futuro. Claro que la vida aquí no es tan benevolente. Él me dijo una vez: Jamás te sientas inferior por tus dudas y temores, por tus heridas y errores. Si uno de nosotros tuviera que vivir atado a tu mundo, se sentiría como cualquier humano. Los dáimones os admiramos a causa de vuestra fortaleza. Podéis imaginar que estas palabras se han convertido en uno de los pilares de mi vida. Por eso he aprendido a perdonarme por no perdonarme.

Cuando tomé esa decisión, él me dejó un tiempo a solas. Sabía que lo necesitaba. Necesitaba perderme en mi infierno y él me dejó. Sabía que quería ir al núcleo de mi infierno y desatarme desde allí. Y me lo permitió. Jamás se entrometió en mis decisiones.

El descenso al infierno fue más duro que escalar una fría montaña. Llegué tan desgastada. Pero lo conseguí. Y cuando estaba sentada en el suelo, cubierta de polvo, sedienta, aún sujetando las cadenas que acababa de romper, apareció. No dijo nada. Tan sólo me miró. No recuerdo cuánto tiempo pasó a mi lado. Sólo sé que me quedé dormida y cuando abrí los ojos ya no estaba allí. Ahora tenía que subir, pero no sabía cómo. Eché a andar hasta que encontré un pasillo que torcía una y otra vez, ora a la derecha, ora a la izquierda. Pasé meses enteros deambulando, sin hallar una puerta, una escalera... Él vino algunas veces y caminó conmigo. Otra cosa que me gusta de él es que confía en mí y sabe que lograré salir. Así, deambulando, llegué a la sala en la que me encuentro ahora. La pega es que no tiene ninguna puerta, ventana u oquedad, el único camino aparente es el de regreso. Pero yo también confío en mí misma. Os mantendré informados de mis aventuras.

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