Recogí los trozos de mis alas rotas.
Las limpié del negro desgarro
y aprendí
a tejer otoños, a beber ocasos.
Derribé murallas, destroné quimeras.
Busqué el nombre de mi viento.
Descubrí
entre estrellas y amapolas un velero.
Fabriqué un escudo con manantiales
para atravesar las tinieblas.
Decidí
seguir siempre rastros de perlas.
Y ahora me arropan ventanas
hechas del fuego y de la brisa
de un mar
que no entiende de cenizas.
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