Una y otra vez postergo mi cita con el lienzo que me ayuda a
soplar los barrotes de mi celda y me produce la sensación de hacerse un poco
menos sólidos.
Y mi pecho. Y mis manos. Y la niebla que quiere absorber la
savia. Mezclados en la sombra con las amapolas de secos vértices.
Silenciosas cascadas de las entrañas. Ya no son piedra, pero
hieren.
El corazón del viento enterrado, inaccesible. No lo encuentro
por debajo de la piel, ni en mis ojos, ¿y en los tuyos? No puedo verlos del
todo, silenciado el verde por el miedo a la eternidad de la jaula. ¿Cuántas
veces volveré a coser mis alas? O quizás no están rotas, sino que se han
acabado los cielos. Cielos de mi mente huecos. Perdí a las criaturas, no
encuentro el sendero de mago de antiguos sueños que viví. No encuentro el manzano
ni los helechos ni aquella luciérnaga ni rocas vencidas. No encuentro mi verdad;
quién sabe si ha sido rasgada por esta sucesión de interminables pasos de barro
seco.
Sigo devorando cuevas. Sigo abrazada por techos fríos sin
azul ni guiños. Sigo tan lejos. Tan lejos de mí.
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