No quiero escupir el óxido que sueltan tus cadenas, tan solo
soplarlo con fuerza y que no vuelva jamás. No quiero asomarme otra vez a esa
cueva inhabitable donde el oro negro ha logrado consumir la última gota de
azabache.
Hace tiempo quemé los restos de hojas secas que quedaban en la
herida con mi beso suave y tajante. Y hoy destierro tu nombre y tus cuencas vacías.
Y resurjo de las cenizas de mi tapiz. Y vuelo con mis cicatrices y mis
manantiales, dejando atrás eternos otoños que tejí con los hilos de tu
ausencia.
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