A veces tratamos de demostrarnos a nosotros mismos que no
somos aquello que llevan toda la vida diciéndonos, y lo hacemos con tanto
ahínco que lo logramos, sí, pero el resultado nunca es el esperado, pues al
final la vida nos hace comprender con su falta de delicadeza que la reacción adecuada
no era la de oponernos a esas afirmaciones, sino la de la indiferencia absoluta,
la de no darse por aludido.
Además, muchas veces esas afirmaciones están alejadas de
nuestros talentos naturales. ¿Imagináis que a Mozart le hubiesen machacado con
la idea de que era un cocinero pésimo, y que le hubiese afectado tanto que se hubiese
pasado años de su vida intentando demostrar lo contrario, dejando de lado su
afición por la música? Nos habríamos perdido algunas de las mejores piezas de
la historia de la música.
¿Y si Miguel Ángel se hubiese empleado a fondo en ser el
mejor en tareas administrativas solo porque su padre, es un decir, le hubiese
asegurado una y mil veces que no valía para ello?
El martirio de san Pedro, Miguel Ángel |
Usando un ejemplo conocido, sería como si el águila real
dedicase gran parte de su vida a ser un gran reptador, dejándonos así sin su
vuelo; como si la orca se empeñara en aprender a volar, y se frustrase cada vez
que su majestuoso cuerpo chocase al segundo con el húmedo muro; como si,
volviendo a las aves, el jilguero pusiese todos sus esfuerzos en hablar como un
humano, sin llegar a emitir jamás el canto del que la naturaleza le dotó.
Si vemos con claridad que no tiene sentido dejarnos la piel
en algo para lo que no valemos, ¿por qué nos cuesta tanto aplicarlo a nuestra vida?
Creo que la respuesta es que permitimos que nos afecten
demasiado las opiniones de los demás, y que sean ellos los que construyan, con
sus prejuicios y equivocaciones, la percepción que tenemos de nosotros mismos; sobre
todo cuando estas afirmaciones comienzan a forjarse en la infancia por parte de
nuestros seres más queridos.
Por eso creo que no debemos tomarnos tan en serio lo que
piensan los demás de nosotros. Suena a frase de libro de autoayuda, pero si nos
observamos, descubriremos que una y otra vez cometemos el mismo error, que muchos
de nuestros actos están determinados por esa necesidad de demostrarnos a
nosotros mismos, más que a los demás, que sí que somos buenos cocineros, o
buenos burócratas, o buenos voladores, cuando lo cierto es que importa un
pepino si lo somos o no, porque nuestros talentos son otros completamente
distintos, y es a ellos a los que debemos dedicar todo nuestro esfuerzo si
queremos pulirlos.
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