24/9/18

24-IX-2018


A veces a la ondina le da por susurrar a los barrotes oxidados, y por momentos llego a creer que su voz no está hecha solo de ondas huecas y que, en un parpadeo, se instalará mi paraíso perdido.

Y es que ya van regresando al jardín primigenio las criaturas que expulsó la niebla envenenada. 


Quiero pensar que estos ladrillos son volutas de humo, leves nubes de brea que puedo hacer desvanecerse con un movimiento de mi mano; que el manzano salvaje sigue en el sendero y que mis ojos no pudieron verlo por no tener la perspectiva adecuada.

Y sigo aprendiendo a subir escaleras, instruida por un dibujo fuera del margen. Y mi viento sopla una y otra vez las grises enredaderas. Y huye el plomo de los pies, que se acaban sumergiendo en el espejo de las estrellas.

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