19/11/10

La batalla final

Dedicado a todos mis maestros, guías y ayuditas luminosas.

El guerrero había superado las 12 pruebas, y por cada ciclo de pruebas, recibió un regalo.

La Diosa Lunar le entregó un amuleto que le servía para comunicarse, en cualquier momento y lugar, con su hada; el mago Zedd le obsequió con La Espada de la Verdad y por último, el monje del Templo del Sol celebró una ceremonia en la que el guerrero recibió la Vara Dorada.

Ahora estaba preparado para entrar en Avalon, pero antes, debía superar una última prueba. Tenía un gran amigo, un caballo zaino, que le había acompañado toda su vida, y con él había llorado y reído, era su leal confidente. Pero debía quedarse fuera.

Era su elección, podía quedarse allí y no despedirse del caballo, pero no quería de nuevo quedarse estancado. Todas las batallas ganadas perderían el sentido. Así que le acarició el lomo, le miró a los ojos, mientras una lágrima resbalaba despacio por su cara y, en silencio, se dio la vuelta y se encaminó a la isla.

Allí le recibieron con una fiesta. El lugar era espléndido. Todas las noches brillaban las estrellas. No existía el dolor ni la vejez. Los campos rebosaban de alimento y los deseos más puros se materializaban.

Un día, el guerrero se sentó en un prado apartado y observó a unas yeguas que correteaban. De repente, apareció junto a él la Sacerdotisa, y le pidió que la siguiera. Atravesaron el prado, subieron una colina y después bajaron hasta un valle que aún no había visto desde que estaba en la isla. Mira, le dijo la Sacerdotisa señalando al centro del valle. Allí galopaba salvaje un hermoso caballo blanco. No tuvo que decirle nada más. Echó a correr hacia el caballo, que se detuvo ante él y se dejó acariciar el lomo igual que en los viejos tiempos.

Después se dirigió a la mujer: Pensaba que mi caballo no podía entrar aquí; Todos los seres pueden entrar en Avalon, le contestó, pero tú tenías que aprender el valor del desapego, renunciar a tus viejas heridas y atreverte a lo nuevo. Tu caballo también hizo un gran esfuerzo dejándote, y como recompensa, el Sol lo pintó de blanco, como él siempre quiso ser.

Y así fue como el guerrero aprendió que todo lo que hacemos, cada elección que tomamos, tiene su consecuencia, y que cuando somos valientes, sólo recibimos cosas buenas.