24/10/20

De sombras y esencias fugitivas

 Tan cerca y tan lejos

 

 

...quién...

 

 

Esencias que huyen con el viento que intenta limpiar mi carne;

 

unas murieron entre mis dedos;

 

otras, las que toco, son caballos que escapan al galope de mis latidos.

 

Rincones que se esconden en las sombras más espesas

 

donde no llega mi luz.

 

 

Qué luz

 

 

Dicen que soy luz. A veces la percibo.

 

A veces se enreda la sensación con el grito y el alambre.

 

A veces sueño que se perdió cuando el vencejo cerró para siempre sus ojos negros.

 

A veces sueño con sus ojos.

 

No hay noche. No hay fuego exhibiéndose ante un nudo de manos.

 

Despierto y me pregunto... ¿existió realmente la noche?

 

Demasiada imaginación. “Demasiado idealista”.

 

Y qué más da si ahora hay otro latir.

 

Latir que se escapa como escapó la noche.

 

Latir que se desvanece en este antisilencio.

 

El antisilencio punzante que no se agota.

 

Pero tanto pseudoruido no puede vencer

 

a un corazón cansado y valiente.

 

Ya vendrá el canto de las aves,

 

que diluye las sombras.

 

Ya hallaré el agua sagrada

 

que renueva la piel y la sangre.

 

Si las esencias huyen,

 

seguirá mi mente “demasiado idealista”

 

buscándolas hasta el fin de los ciclos.

 

20/10/20

La plaza del distrito F. Capítulo 2

Capítulo anterior

Una risa estridente retumbó en las paredes metálicas. Después se oyó un golpe y, finalmente, quedó todo en silencio. Unas horas más tarde, cuando el supervisor abandonó el edificio para volver a casa, Pedro se asomó al habitáculo donde habían encerrado al nuevo recluso. Antes de dirigirse a él, observó las heridas que tapaban la mitad de su rostro. Ahora te traigo la cena, su voz sonó solitaria en medio de la luz fría que no llegaba a disolver todas las sombras. En esos intercambios, siempre se sentía ridículo. O, peor aún, abrumado por una especie de culpa que llegaba a provocarle náuseas. Algunos presos le maldecían, otros le ignoraban y alguno le había escupido. No tengo hambre, se oyó la voz susurrante, pero firme de aquel joven. Pedro no supo qué responder. De camino a la sala de alimentación, pasó por el vestuario donde estaba el botiquín de los trabajadores. Ya se le ocurriría cualquier excusa si algún supervisor notaba la falta. Cinco años atrás, cuando él era todavía un aprendiz, descubrieron a un agente curando las heridas de los presos. Entonces, lo despidieron y le prohibieron regresar al distrito, no sin antes propinarle una paliza. Jamás volvió a verlo.

Al regresar a la celda, notó de nuevo aquella sensación en el estómago, pero aun así entró y dejó la bandeja en una esquina. A continuación, se acercó despacio al preso, mostrándole la gasa que llevaba en la mano. El joven permaneció sentado en el suelo, sin hacer ningún gesto y no opuso resistencia a los movimientos tímidos de Pedro. Cuando terminó de limpiarle la sangre, se quedaron mirándose unos segundos fijamente. El agente cerró con llave y se deslizó de nuevo hacia su puesto, sintiendo un vacío plomizo en su interior.

 

Mi Estrellita, es hora de levantarse, oyó la dulce voz de su padre, que se acercaba y descorría las cortinas. Notaba la cálida caricia del sol, que poco a poco la iba despertando, junto con el agradable olor que llegaba de la cocina. Mamá y yo te hemos preparado rosquillas, le dijo su padre al oído.

Es hora de levantarse. Es hora de levantarse. Es hora de levantarse. Estrella apagó la alarma del reloj que siempre llevaba en la muñeca. Repasó brevemente la agenda del día. Le tocaba estar toda la jornada en la oficina.

Sentada en su sillón, entre informe y llamada miraba por la ventana. No sabía por qué en el distrito C no había ninguna plaza. Tan solo edificios de oficinas y de viviendas, todos ellos altos, de un amarillo pálido. La única excepción era el centro comercial que satisfacía las necesidades de todos los habitantes del distrito. Estrella era feliz, sin embargo, no se sacaba la plaza de la cabeza. Cuando tenía que visitar a socios o clientes en el distrito F, sentía un hormigueo recorrer todo su cuerpo.

Pero aquel día no había visitas. Apartó sus ojos de la ventana y regresó a la pantalla llena de letras y gráficos.