18/5/19

Buscando


Otras se aferrarían a tus músculos y a tu cartera, y yo, acostumbrada a tener que traspasar mis límites, te contemplo y mantengo estas hadas adentro y me desvela a veces la necesidad de que sus alas te acaricien. El resto del tiempo permanezco anestesiada por la rabia y el hastío, una droga que hace llorar y gritar en lugar de reír.

Qué es lo que no me deja, qué obstaculiza ese noble deseo que saciaría tu sed. Quizás la certeza de que cada uno es responsable de sus vacíos, quizás todo lo que aprendí de mis desgarros. Que he atravesado desiertos con la boca seca, que he recorrido mis infiernos y he vuelto salva, pero no sana.

No puedes ser agua milagrosa para mi alma. No puedes porque ni tú ni yo hemos decidido estas reglas universales. Me busco desesperadamente. Persigo los pedazos de mí que se quedaron en las hojas de los robles que fueron mis compañeros, en la voz del arroyo que acunó mi mente, en el color de las flores que crecen bellas y salvajes, en la acidez del manzano, en las raíces que adornaban mi camino y fortalecían mi pecho, y sobre todo, en las estrellas que ha devorado un gigante de plástico.

Y como me busco, y como no estoy entera, sigues con sed. Pero yo tampoco soy agua milagrosa. Soy una bruja de ojos cansados que se desvió de su senda. Soy una bruja que casi ha dejado de creer en su brillante y recóndito sustento. Solo podemos darnos la mano mientras cada uno se busca a sí mismo. No hay otra manera.

12/5/19

La espiritualidad

La espiritualidad no va de palabras raras y técnicas ancestrales. Normalmente quienes se refugian en ello no son personas auténticas y no tienen el valor de recorrer el sendero que les lleva a sí mismos, seguramente porque no están orgullosos de quiénes son en realidad.

¿Y quién siente ese orgullo? Nadie que haya dedicado un tiempo a mirarse por dentro. 

La persona espiritual sabe que está llena de contradicciones, sabe que tiene la capacidad de hacer daño a otros o a sí mismo, que no es un "ser de luz", sino un organismo complejo compuesto por distintas "secciones" que, a veces, van cada una por su lado. Tenemos virtudes, pero también somos rabia, miedo, dolor... e incluso se puede llegar a sentir rencor, deseo de venganza, de autolesionarse y, finalmente, de eliminar a otros, a veces de manera muy cruel. Creo que estos últimos sentimientos solo se dan en seres que no tienen nada que perder, porque ya se han perdido a sí mismos por completo.

Como decía Camus, todos estamos apestados, infectados del mal. Lo importante es mantener controlada la enfermedad. Y eso, insisto, no se consigue creyendo que uno es un ser de luz, sino aceptando lo que Jung llamaba la sombra, haciendo conscientes las actitudes inconscientes, pero no solo eso. De nada sirve saber si no se hace algo con eso que se sabe.

Ahí es donde entra la espiritualidad. Y en eso no hay caminos marcados. Sí que pueden servir algunas técnicas ya existentes, pero no como panacea, sino como herramienta puntual.

La espiritualidad requiere, sobre todo, silencio, pero también concentración. No se trata de dejar la mente en blanco, sino de observar los pensamientos más superficiales y acceder a las verdades y mentiras internas.
La verdad de lo que somos y la mentira de lo que creemos ser.

Pero también la elección de cómo queremos ser. Yo pienso, y puedo estar equivocada, que tenemos una esencia, algo primordial en nuestra personalidad más profunda, pero además hay cualidades que podemos sustituir o alcanzar.

A veces la propia vida nos obliga a hacerlo. Un ejemplo extendido: normalmente, quien se convierte en padre o madre deja sus actitudes inmaduras, y además de una forma no excesivamente dolorosa, porque hay una recompensa, que es el amor que se da y se recibe. Estas recompensas profundas palian el dolor del cambio interior.

En la actualidad, debido a las cadenas disfrazadas de rosas que nos pone el sistema, tenemos más traumas y problemas internos que nunca. Y además nos hemos vuelto débiles. Pues precisamente por eso debemos ser valientes y esforzarnos más que nunca por acercarnos a nosotros mismos y controlar la peste para no contagiar a los otros. Resulta un tanto irónico que esto lo diga yo, que tengo una brutal tendencia a la misantropía y que disfruto de una manera poco saludable de la soledad. O quizás más que irónico es una muestra de que el cambio es posible y de que el primer paso es el autoconocimiento, el segundo, la aceptación, el tercero, la voluntad y el cuarto, la acción.

3/5/19

Tras el laberinto


No te ha importado mancharte las manos; no te ha importado el frío. Ni la soledad. Me has estado esperando al otro lado del laberinto. Me has lanzado un hilo sostenido entre la decepción y la fe. Yo he gritado, me he perdido, se ha escapado a veces el hilo de mis dedos de barro, que antaño fueron flores y van recordando gracias a la luna de tu rostro, clara como el arroyo que ansío y que ya no sé si es solo el eco de la perla sosegada. 

Como siempre, se me enredan los porqués con los anhelos.

Pero esta vez, tú eres mi anhelo alcanzado tras las brumas. Nadie más tuvo la paciencia del árbol que espera triste y desnudo el regreso de Perséfone de su encierro con Hades. Nadie más, tampoco, la ternura del hortelano que ofrece sus cuidados cuando no sabe si verá la luz el fruto de su esfuerzo.

No te fuiste al engancharte con mis zarzas, al probar mis precipicios. No te fuiste y una parte de mí lo deseaba, para no tener en mis manos tus heridas. Deseaba -y al mismo tiempo temía- dejarte en brazos de una ninfa, de esas que son solo suavidad y fragancia, de esas que no han conocido desgarros, que jamás se han roto.
Me esperaste, tal vez porque yo también esperé otras veces, porque no dudé en amar precipicios, en arrancar zarzas, en sumergirme en nieblas que no eran mías. Lo hice y volvería a hacerlo, aunque acabe mil veces rota, aunque vuelvan los laberintos.

Lo haría porque los tesoros viven enterrados bajo cien actos de valentía. Porque lo que enciende el corazón no permanece accesible a la multitud. 

Yo intenté rescatar tesoros otras veces. Por eso me perdí. Y ahora tú me has ayudado a rescatar el mío.