7/6/16

6-6-2016



Las cosas cambian despacio, pero de manera radical. Son como gotas que caen rítmicamente y, al final, acaban formando un dulce mar. 

Nuevas etapas en esta eterna subida donde lo bello, como muchas veces habrás oído, es el viaje. Nunca cesarán las tormentas, pero siempre, tras húmedos inviernos, el viento apartará las nubes para que podamos ver las luces del cielo.

Si los pensamientos son hojas, mi mente la mayor parte del tiempo es otoño, pero las raíces beben armonía que, superando obstáculos, logra llegar al corazón.

Últimamente el tiempo ha ido tan lento y tan rápido a la vez. En mi pecho ha habido espinosas cadenas, cárceles de plomo, regeneradoras mariposas, olas de sol e intensa noche. Busqué y creí encontrar, tras haberme perdido en tugurios que parecían tiritas para los desgarrones del alma que hoy respira.

Cuando era solo una brizna de hierba que debía convertirse en flor, fui instruida en la degradación, la cual no hice más que repetir. Marchita, con el vestido rasgado y los ojos rojos, buscando agradables sombras donde cobijarme. 

Ahora me alegro de que no hubiese un jardín lo suficientemente valiente como para arrancar mis raíces de entre las zarzas -qué jardín desea tener una flor marchita-, pues este extraño rocío que de repente emanaron mis pétalos ha empezado a transformar el vertedero en el que crecí, y a mis amigas amapolas y margaritas dejaron de llamarlas malas hierbas; en lugar de eso, se bañaron en su aroma, se embriagaron de su tacto.

Volver al pasado es absurdo, pero es necesario comprenderlo. De otro modo, y como ya alguien dijo, estamos condenados a repetirlo. Incluso el verde de los árboles cambia en un mismo día. La sensación al contemplarlo es la misma, pero las palabras que genera son distintas. También la brisa susurra diferentes imágenes, aunque el placer que provoca al rozar la piel siempre sea igual.