25/8/20

Teseo desorientado

Huí, como siempre, en busca de mi oasis, hastiada de la cárcel de alambre y hormigón, con miedo de no hallar lo que perdí antaño.

Pero me alcanzó el sereno abrazo de la cíclica constancia; me reencontré con mis inmensos y humildes consejeros; volví a beberme el sol en todos sus estados.

No dudo de mis pasos ciertos y salvajes, que no se rigen por ecuaciones o por asombrosas jugadas de ajedrez.

Sin embargo, he tenido que apartarme de la brisa, de la llanura de tu boca y de tu pecho. Me tropiezo a cada instante con mis nudos, porque ya no encuentro el hilo de Ariadna, y en el fondo del laberinto amenaza una sombra hecha del mismo material que los antiguos barrotes.

Yo, sin tus pasos, pierdo el vuelo. Y son los árboles y las estrellas quienes me levantan. Una vez tras otra. Sin cesar. Me enredo con las deformes redes proyectadas que cubren la realidad.

Realidad que tú, excelente jugador de ajedrez, manejas a la perfección.

Lo salvaje de mi sangre me impide llamarte a gritos, pedirte, rogarte. Dejo que el reloj permita intermitentes encuentros, entre tropiezo y tropiezo, entre clímax y revelación.

No es una cárcel, aunque mi loca cabeza fabrique sombras. Estoy donde debo estar, porque los mismos pasos indómitos que me llevaron hasta la media luna de tu rostro me han traído también aquí.